Escribía Carlos Jiménez (“La ecuación
de Libeskind”, El Pais 6/3/2003) que la propuesta del ahora famoso arquitecto
polaco radicado en Berlín para reemplazar las Torres Gemelas había sido
escogida por complacer las tres posiciones básicas resumidas por Luis
Fernández-Galeano hace un año (Av. Nº 93-94). La de quienes demandaban que se
reconstruyera el millón de metros cuadrados de oficinas que ofrecían las
torres. La de los que pretendían algo todavía más grande. Y la de quienes
querían allí un monumento a las victimas del atentado. Pero intuía Jiménez que
no convence el que se puedan resolver separadas en el mismo sitio.
Los tres edificios
que propone Daniel Libenskind para satisfacer los intereses inmobiliarios pese
a ser volúmenes achaflanados y acristalados, como se lleva hoy, se sumarían a
los monótonos rascacielos que abundan en el Bajo Manhattan. La frágil torre
inclinada de mas de medio kilómetro de altura que da satisfacción a la soberbia
norteamericana, es mas semiconstruida que deconstruida, como acertadamente dice
Jiménez, y su jardín babilónico a unas alturas inconcebibles es simplemente
descabellado. Finalmente, a ras de suelo, propone no un monumento si no que
quede abierta la herida de la atrocidad que allí se cometió, repitiendo así el
exabrupto del Museo Judío de Berlín que lo llevó a la fama.
Es que las ciudades
son para la vida y otra cosa es que contengan monumentos que recuerden la
muerte. En Berlín, olvidándose de que estaba haciendo la ampliación de un
alegre edificio neoclásico, Libenskind puso a su lado sus efectistas cajas
metálicas de regular factura con el resultado de que a los transeúntes no les
evocan el Holocausto (para eso hay que recorrer el interior del museo y ahí si
dio en el blanco) sino el desorden de las periferias de las grandes ciudades
actuales. Ya el Bajo Manhattan es suficientemente sórdido para además dejarle
de por vida no un recordatorio del atentado sino el producto del mismo
disfrazado de monumento. Los muertos se entierran, creman o lanzan al mar; y
cuando se embalsaman se los pone en un bello féretro que los recuerde vivos,
como ya lo sabían los egipcios.
El equívoco comenzó
cuando todavía con el dolor de la tragedia los familiares de las víctimas
querían que toda la zona se dejara como memorial del atentado. Pero la realidad
es que es suficientemente grande como para que se puedan reconstruir allí las
torres, si no iguales sí que reconstituyan el famoso y bello perfil de la
ciudad al que contribuían de manera tan significativa pese a (o precisamente
por) su sencilla arquitectura. Y en la plaza que volverían a dejar (¿un gran
espejo de agua en el que los edificios se duplicarían?) habría espacio
suficiente para un monumento recordatorio que no por discreto (¿debajo del
agua?) dejaría de serlo.
No es sino recordar
lo difícil que fue costear las Torres Gemelas (solo después de 10 años de
terminadas comenzaron a dar ganancias) para entender que el problema mas que de
arquitectura es financiero. Después de cierta cota no es rentable hacer
oficinas pues los ascensores se vuelven un cuello de botella (para las Torres
Gemelas Otis diseño un sistema innovador que las hizo viables). Por eso los
pisos superiores de las Torres Petronas en Kuala Lumpur no son utilizables (por
lo que su record como las actualmente mas altas está en cuestión) y son solo el
soporte de unas antenas con las que ganan altura.
La torre de Babel,
pues, sigue en la mente de los hombres pero no hay que olvidar que Frank Lloyd
Wright puso un “punto” muy alto con su
“Illinois”, en Chicago: “una ciudad de 528 plantas a la conquista del cielo”.
Diseñado entre 1956 y 59 no solo es el rascacielos mas alto jamás proyectado
(1.852 metros) si no de lejos el mas bello: “una espada […] firmemente clavada
en el suelo, con la hoja hacia arriba.” Pero ni aun ahora, medio siglo después,
sería construible ni financiable. La torre de alambre de Daniel Libeskind puede
que sea construible pero la incógnita de su financiamiento sigue sin resolver
para fortuna los que están vivos y tributan.
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