A la memoria de Aura Becerra de Mera
"Al pespuntar la tarde -escribía
Doña Aurita por 1968- la ciudad cambia su traje y se acicala. Alerta sus
antenas hacia la noche. Se viste de coquetería bajo la sugestión de la
penumbra. Se quita el maquillaje. La ciudad se retoca. Su perfil se acentúa.
Brilla la sombra de sus contornos y los torna incitantes. Como cualquier mujer.
Cambia su disposición de ánimo. Comienza el imprevisto. Con gesto cansado por
el trasegar del largo día de actividades, se despoja del vestido formal y se
viste de luces."
Joseph Brodsky, en su maravilloso
libro sobre las maravillas de Venecia lo afirmó para siempre: "A la caída
del sol todas las ciudades parecen maravillosas, pero unas más que otras."
Simplemente se ven mejores. Su imagen
cambia diametralmente: queda lo fundamental. Desde el aire y en la sombra todas
son definitivamente bellas. Cuando solo se ven sus luces en la oscuridad, que
tornan fantasmales sus calles, edificios y contornos, es evidente que son las
obras de arte más grandes del hombre, como lo dijo Lewis Mumford.
De ahí lo equivocado (y pueblerino y tercermundista) de la
absurda iluminación indiscriminada y como de estadio con que en Cali se
iluminan parques, avenidas, puentes y hasta el mismo río, rompiendo no solo su
encanto nocturno sino también el de las calles y hasta el de los patios y
habitaciones vecinas. Y para rematar vallas y vallas y vallas de tramposas
propagandas (y va ha haber más) no dejan ver sus dorados pero injustamente
cortos atardeceres con sus cordilleras azules, cuyas altísimas crestas se
iluminan por las noches con los fulgores de las tormentas del Pacífico de las
que hablaba Cornelio Hispano en En el País de los Dioses.; sobre todo en las
noches de verano, llenas de los murmullos, los perfumes y las músicas de alas
de José Asunción Silva, y cuando las plantas de Jorge Isaacs exhalan sus más
suaves y misteriosos aromas y en el fondo del valle arden en la sombra negra y
húmeda luciérnagas fantásticas. Paisajes y ambientes que ahora solo se pueden
leer pues ya no se pueden ver más.
El recorrido, al atardecer, desde la hacienda de
Cañasgordas a Cali, por ejemplo, fue descrito con ojos y oídos por Eustaquio
Palacios. "Las afueras de la ciudad ofrecían por ese lado […] bastante
animación: varios vecinos volvían de su trabajo con la herramienta al hombro;
bestias cargadas de plátanos o leña;
mujeres con haces de leña en la cabeza;
viajeros que llegaban de los pueblos del Sur; arrieros con sus recuas
cargadas de bayeta, papas o anís; algún
negro joven que pasaba a escape en su caballo en pelo, y que iba a la ciudad
tal vez a comprar lo que faltaba para la cena en alguna hacienda o granja
vecina; los criados de la hacienda de Isabel Pérez que apartaban las vacas de
los terneros, como es costumbre a esa hora, y todo esto acompañado del mugir
de las vacas, del berrear de los terneros, de los gritos de los criados, de las
interjecciones de los arrieros y de esos otros mil ruidos que se oyen en las
casas de campo y en las inmediaciones de una ciudad cuando va entrando la
noche."
Bill
Gates piensa que con la súper autopista de la información cada vez más gente
podrá trabajar, hacer negocios, comprar o divertirse desde la casa. En frente
de una caja estúpida se podrán "vivir" toda clase de aventuras y
situaciones en paisajes espectaculares, ciudades extraordinarias, calles
animadas y edificios bellos (por supuesto preferencialmente al caer de la
tarde), que entre nosotros contrastarán esquizofrénicamente con la maltrecha
realidad actual de muchas ciudades en Colombia, que cada vez lo son menos, con
la esperanzadora excepción de Cartagena desde siempre (pero quien sabe hasta
cuando) y ahora Bogotá.
A
Doña Aurita, que, a diferencia de muchos caleños que las tenían también, nunca
abandonó la casa grande y blanca que le hizo su marido (además de dejarla ser,
existir), no le habrían gustado esos atardeceres digitales como de película
pero enmarcados y ausentes: vistosas copas pero de plástico y sin jerez.
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