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La de la Escopeta. 02.09.2000


Era una de las más características y tradicionales de Cali y posiblemente lo vuelva a ser. Hacia mediados del siglo era todo un juego bajar en carro la empinada pendiente que la unía a la recién construida Avenida Colombia. Antes simplemente daba al "río de la ciudad" como lo llamaban mucho antes. Ojalá su remodelación abra los ojos a los habitantes de San Antonio, en donde pueden aplicar en muchas de sus calles este diseño elemental que busca recuperar los espacios urbanos para los peatones sacando los carros de ellos, los que sólo podrán circular para entrar a los garajes o recoger o dejar pasajeros y mercancías. Entre otras cosas el barrio recuperaría algo de ese silencio que se puede cortar con cuchillo y tenedor, como dice Guillermo Cabrera Infante, en El libro de las ciudades, de la modesta Torchelo, al lado de Venecia, pues las ciudades son la agitación pero también el silencio de sus barrios residenciales. Pero lo más importante es que podrían mirar de nuevo sus calles y casas pues ahora en muchos casos ni siquiera pueden ver bien en donde moran.
Liderados por la Sociedad Colombiana de Arquitectos, cuya sede esta en la esquina que hace con la calle de Buenaventura (Cr. 6ª Cr. 4ª ) y por algunos de ellos, los vecinos todos de la calle de La Escopeta decidieron, con la ayuda del Municipio, enterrar las redes de servicios, adoquinarla de paramento a paramento y poner bolardos (un poco "modernosos") para delimitar un carril para carros y darle continuidad y orden pues los alineamientos y alturas de sus fachadas son irregulares, razón por la cual también se propuso unificarlas pintándolas de blanco, cosa que nuestro inveterado individualismo no permitió del todo, comenzando por la misma SCA, autora del diseño que, aun cuando muy claro, dio el mal ejemplo de pintar la suya de café. Una vez terminada la calle, en una segunda etapa se remodelará su empate (pésimamente resuelto) con el puente peatonal que se construyó sobre la Avenida Colombia y se continuará su diseño por la calle de La Gallera (Cr. 3ª) hasta la calle del General Cabal  (Cl. 7ª). La SCA piensa, además, abrir el lote que tiene al lado de su sede, nivelarlo con la calle y pavimentarlo con los mismos adoquines cúbicos de cemento, y abrir en la pequeña plazuela así formada un café-terraza bajo el frondoso mango que allí existe, que sin dudas será algo novedoso en la ciudad.
          Es increíble que en el centro las calzadas de las calles cambien arbitraria y frecuentemente de ancho, cosa que no sólo no sirve para la circulación de los carros sino que la vuelve desordenada y peligrosa, mientras los andenes tienen todos más o menos el mismo ancho. Se deberían dejar solo dos carriles, uno para circular y otro para parar, y agregar toda la superficie sobrante a las aceras, tan estrechas que los peatones con frecuencia se tienen que bajar a la calzada, arriesgándose y haciendo que la supuesta capacidad de las calles, destinadas prioritariamente a la circulación de automotores, se vuelva otra mentira más en este país de mentiras. Ampliar los andenes seria hacer ciudad para la gente y no sólo para los carros, como se ha hecho hasta ahora. Además, la capacidad del transito no se disminuiría pues está determinada por el ancho mínimo existente de las calles, y por lo contrario el orden que se daría a la circulación aumentaría su eficiencia.
          Los cuellos de botella que producen los sitios aun estrechos de las antiguas calles del centro no son tenidos en cuenta por los que (des) organizan el transito municipal pues esperan que en el futuro serán ampliados. Mientras tanto no se preocupan por aprovechar mejor  las calles actuales pues no se han dado por enterados de que la tumbazón irresponsable de la ciudad pre existente (se demolió la torre de San Agustín para ampliar la 4ª) ya no es posible ni legal ni culturalmente. Valía la pena que se dieran una pasada por la calle de la Escopeta. En el parqueadero público del Centro Cultural de Cali o en alguno de los tres que hay muy cerca podrán dejar sus carros, escondidos y protegidos, y experimentar el placer de poder caminar aun cuando sea unos pocos metros por otra calle liberada de la atarvaneria de los choferes.


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