Pese a ser parte integral de las
calles, que son el espacio público por excelencia, en Cali los andenes se los
trata como si fueran privados. Cada propietario, o lo que es aun peor, cada
usuario, diseña, construye, modifica, adorna y mantiene (muy poco es verdad)
"su" anden enfrente de
"su" predio como se le da "su" gana; y lo usa para y como a
bien lo considere. En los andenes de Cali se abren portones y rejas, se estacionan
carros (incluyendo vergonzosamente los de las autoridades y la policía), se
ponen mesas, bancos y asientos, se instalan talleres y vendedores e inclusive
se los cierra, privatizándolos, cuando son parte de esos "limbos"
urbanos que nos dejó la improvisación de
la arquitectura y urbanismo modernos (los antejardines y pórticos), cuyos males
han sido mayores que sus beneficios.
En
consecuencia, caminar por la calles en Cali, lo que por excelencia constituye
el derecho fundamental a la libre movilidad de los ciudadanos, consagrado en la
Constitución, es una experiencia desagradable, difícil, peligrosa y a veces
hasta imposible. Con mucha frecuencia los peatones tienen que circular por las
calzadas (como en cualquier pueblo polvoriento y pobre de tierra caliente)
poniendo en peligro su vida y su honra y entorpeciendo el transito de
vehículos. No es una exageración, pero en algunas calles de Cali, y no
solamente del centro, hay más carros ocupando los andenes que peatones y mas
peatones en la calzada que carros.
Cualquier
sistema de transporte masivo que no considere los andenes está condenado a
funcionar mal. En el caso de Cali es no haber aprendido de lo que pasa en
Bogotá y sobre todo en Medellín, en donde cuando la gente se baja del metro no
tiene por donde caminar, al punto que ya se tomaron medidas para mejorar el espacio
urbano en los alrededores de las estaciones. Por lo contrario, como es el caso
de Caracas, la construcción de su metro (ese metro que nos dicen con frecuencia
que ninguna ciudad colombiana puede costear) permitió recuperar muchas áreas
arborizadas y con bancas para el uso exclusivo de los peatones, lo que implicó
una considerable mejoría en la calidad de vida de esa ciudad, cuyo paisaje,
clima y vegetación son tan parecidos a los de aquí.
En
una ciudad del tamaño de Cali los andenes, en sus partes más concurridas,
tienen que tener al menos tres o cuatro metros de ancho, pero lo que los hace
seguros y agradables es que tengan cinco o seis. Se trata de un problema de
"proxémica" Hay que recordar de nuevo al poeta mexicano Carlos
Pellicer: “Por la vista el bien y el mal nos llegan./ Ojos que nada ven, almas
que nada esperan.” Con las investigaciones del antropólogo Edward T. Hall (La
dimensión oculta ), en la década de 1960, se difundió ampliamente el
conocimiento científico de que las diferentes culturas no solo hablan
diferentes lenguajes sino que habitan diferentes mundos sensorios. El uso que
el hombre hace del espacio y en consecuencia, de las ciudades y edificios -y
andenes- son manifestaciones de un proceso de selección cultural que da forma
al gusto y al comportamiento, participando después de un moldeamiento mutuo.
Pero estas cosas se desconocen o se desprecian en una
ciudad que creció tanto y tan rápido. Que destruyo en pocos años la poquita
cultura ciudadana que había desarrollado en su primer medio siglo de ser la
pequeña capital de provincia en que se transformó la austera y pequeñísima
aldea colonial de finales del siglo XIX. Cali dejó de ser pueblo pero aun no se
ha convertido en una verdadera ciudad; eso se nota también en sus andenes, y en
esos políticos tropicales que pretenden administrarla sin caminar nunca por sus
calles, las que solo transitan en sus carros oficiales, que con sus vidrios
polarizados poco se distinguen de los de los nuevos y viejos ricos de la ciudad
que cuando caminan lo hacen es en Miami.
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