Los que creen que los días sin carros
son solo un embeleco y medidas como el pico y placa un desafuero, están
desinformados o nunca estuvieron en Venecia o si fueron no se dieron cuenta.
Desde hace unos años se abre paso en todo el mundo, especialmente en Europa y
Estados Unidos, la comprobación de que los automóviles han sido nefastos para
la calidad de la vida en las ciudades. Y como no podemos sino vivir en ellas
(somos demasiados para volver a los campos sin acabar con ellos mas de lo que
ya están), el transporte masivo se ha vuelto un asunto primordial para mejorar
la calidad de la vida urbana.
Los
carros, coinciden los estudiosos del tema y se puede comprobar fácilmente en
Cali, arruinan la vida en las calles -base de la calidad de la vida urbana-
amenazan la seguridad de los peatones, dañan el tejido social de las
comunidades, aíslan la gente, aumentan los suburbios, comprometen la belleza de
las ciudades, hacen ruido, contaminan el aire, calientan la atmósfera,
desperdician energía y empobrecen las naciones (J. Crawford: Carfree Cities).
Otra cosa es que aquí a nadie parece importarle o se reservan para la otra vida
pues evidentemente en el cielo no hay carros.
La
alternativa que se propone en todas partes es aumentar la capacidad, velocidad,
confort y goce del transporte masivo público y, de contera, mejorar las calles
que llevan a sus estaciones, principalmente sus andenes. Se espera que poco a poco cada vez mas
ciudades a lo ancho y largo del mundo des estimulen el uso de carros
particulares. De hecho ya se a los restringe, al menos a ciertas horas, o
ciertos días, en muchos centros urbanos. Los objetivos que se buscan son
mejorar la calidad de la vida ciudadana, una mayor eficiencia en el uso de los
recursos y el transporte rápido de gentes y bienes.
Además,
el problema del transporte no se lo concibe solo a partir de los andenes sino
incluso desde la circulación vertical de los edificios mismos, para los cuales
se recomiendan alturas bajas pero con las que se puedan alcanzar densidades
medias que impidan que las ciudades se desparramen por el territorio adyacente,
como está sucediendo ahora. Por lo contrario, lo que se busca es aumentar su
concentración, propiciar la variedad de usos y actividades y aumentar la
animación, sobre todo en las calles del centro de las ciudades.
Lamentablemente
el sistema de transporte masivo que nos quieren vender a los caleños es un
engaño más. Del Transmilenio bogotano lo único que copian es el nombre y lo que
los mueve es la posibilidad de hacer un buen negocio con los buses articulados
sin que importe mucho el resultado. Sin vías especiales (cinco carriles) no
podrá haber buses expresos, que paren solo en ciertas estaciones, y por lo
tanto el sistema no podrá ser rápido. Además, en el caso de casi todas las vías
propuestas, por no ser continuas y rectas y no tener los ocho carriles que se
necesitarían, no podrán circular carros lo que es muy inconveniente para sus
vecinos (y hasta inconstitucional), o lo harán mezclados con los buses
comprometiendo su eficiencia.
Lo
paradójico de Cali es que siendo una ciudad con tan pocos vehículos, comparada con
las de los países desarrollados, al paso que vamos será de la últimas en
mantener sus espacios urbanos públicos invadidos por ellos sin ni siquiera
buenas vías para que circulen. Hace casi treinta años el Grupo Ciudad,
conformado por algunos arquitectos, principalmente profesores de la Universidad
del Valle, denuncio repetidamente la construcción de puentes innecesarios en
Cali pues se habían vuelto toda una manía entre las autoridades y los
contratistas de obras publicas. Hay que seguir haciéndolo. Aunque no se trata
de prescindir de los carros -como Venecia que nunca los tuvo ni necesito- pero
si que al menos que los caleños podamos volver a caminar con seguridad y placer
por sus calles, y transportarnos con rapidez y comodidad.
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