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Los vendedores de la calle (2) 11.04.2002


Los mal llamados ambulantes son en estos países una realidad económica de a puño. Pero además el comercio de mercancías en el suelo esta fuertemente arraigado en nuestra tradición, y beneficiado por los climas benignos de este país, sobre todo en tierra caliente. El problema, pues, no son los vendedores sino que perdieron sus espacios. En las plazas (además de fiestas, corridas, carreras de caballos, paradas, fusilamientos y manifestaciones) no solo se hacían los mercados semanales sino también estas ventas cotidianas; lo mismo que en las plazuelas y en esas calles que se ensanchan a la mitad de la cuadra o en uno de sus finales, o "largos" como bellamente los llaman en Portugal y Brasil.
          La solución, entonces, no es tratar de eliminar los vendedores (lo que solo será posible con el desarrollo de la economía) sino devolverles sus espacios, en donde este necesario comercio (de no serlo no existiría) pueda llevarse a cabo sin causar problemas. Donde el espacio urbano es suficiente no solo no molestan sino que lo sirven y alegran; como sucede en esos "socos" que tanto aprecian los viajeros en el Magreb, muy estrechos pero por los que no pasan carros; o como se puede ver aquí no mas en la calle 11 o en la 12 o incluso en la Plaza (ahora parque) de Caicedo (así esta escrito en el pedestal del monumento) en donde también caben saltimbanquis, mimos, botafuegos, pensionados, desempleados, desplazados y escribidores de cartas de amor, judiciales, fiscales y otras. El comercio en las calles y plazas es tan viejo como las ciudades mismas y su potencial lúdico es enorme, como todavía se puede vivir aquí en cualquier mercado de esos pueblos que aun no ha arrasado el "progreso".
          Si se redujeran todas las calzadas de las calles del centro de Cali a solo dos carriles sobrarían muchos espacios. En ellos se podrían reubicar los vendedores que ahora invaden los andenes haciendo que los peatones se tengan que bajar a la calzada poniendo en peligro su vida y estorbando la circulación de vehículos. Incluso en algunas partes se podrían construir cubiertas altas (para que no las tuguricen como paso con la tontería que construyeron en el mercado de Siloe) y se podrían dotar de agua, energía y baños públicos. Por supuesto tendrían que pagar un mínimo derecho por el uso del espacio urbano publico, y castigados fuertemente cuando se salgan del sitio asignado.
          Muy buenos ejemplos de estas plazuelas cubiertas se encuentran en Ciudad de México y alrededor de algunas de las estaciones del Metro en Caracas. Obviamente tienen que estar por donde pasa la gente, pero al ser realizadas con buena arquitectura, dejan el piso plano, liso, continuo y sencillo para que allí, en el suelo, se instalen con sus cachivaches los vendedores de la calle de tal manera que no perturben la libre, segura y placida circulación de peatones y vehículos; y en unas condiciones mínimas de higiene, orden y comodidad. Meterlos en edificios es desconocer de entrada su naturaleza. Es ignorar la fuerza conjunta de la necesidad y la cultura. Es volverlos empleados mal pagados  (los que se dejan) de almacenes minúsculos y pobres. Además poco sirve pues de inmediato aparecen nuevos vendedores en las calles. Otra cosa es desarticular las mafias que los manejan a muchos de ellos e impedir la venta de contrabando.
          El problema como siempre es que, como muchas otras iniciativas para mejorar la calidad de vida en esta ciudad, poner orden demanda autoridad y conocimientos, no solo de urbanismo sino de historia, y que, al revés de los innecesarios puentes para carros particulares a que se dedican las autoridades, la inversión en simples andenes no les resulta suficientemente atractiva, amen de que aquí tal parece que se cree que no se pueden cobrar por valorización.

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