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Los Caliban. 15.03.2001


Mientras las revistas especializadas de los periódicos y, como si no bastaran, también sus otras secciones internas, dedican páginas y páginas a la F1, apenas se ha dicho algo de los Talibán y la destrucción violenta, oscurantista y dogmática de los enormes Budas de pie tallados en la roca (53 y  38 metros de altura) del siglo IV o V, en el valle de Bamiyán en Afganistán. Menos aún se ha dicho que la destrucción de nuestra ciudad tradicional continua. De lo Calibanes que somos.
          A los "caleños" no les interesan las tradiciones de "su" ciudad, y siguen eliminando todo lo "viejo".  La mayoría no tiene raíces aquí ni la educación para preocuparse por una historia que creen que no era también la suya. Los pocos que las tienen son insensibles a lo urbano e ignoran la importancia del patrimonio construido. La falta de conciencia de su valor económico y cultural los llevó a vender lo que no era solo de ellos para cambiar casas estupendas por mezquinos apartamentos que además no parecen de aquí. La ciudad formada en más de cuatro siglos fue destruida en menos de cuatro décadas. Los Panamericanos de 1971, cuando se arrasó con buena parte del patrimonio arquitectónico y urbano de su centro histórico para levantar las "torres" con las que se escenificó el supuesto progreso y modernización de la ciudad, fueron el inicio del fin de su viejo casco.
          Por supuesto esta tergiversación cultural genera violencia pues no solo es el desperdicio de lo que ya esta construido, que significa una inversión económica, sino que causa un trauma social. Desaparecer las tradiciones, los edificios y los lugares que unen culturalmente las diferentes generaciones y procedencias de los habitantes de Cali, fue contribuir a ese desarraigo creciente que ahora tienen con su demasiado nueva y poblada ciudad. Claro esta, las ciudades no son solo sus construcciones y espacios urbanos sino también sus gentes, actividades y paisajes. Precisamente su desencuentro en Cali explica, además de la "violencia" producida por su improvisación urbana permanente, su lamentable estado físico.
          La Cali que quisiéramos, aunque algún día vuelva a ser limpia, segura, ordenada, silenciosa y bonita, como lo era a mediados del siglo XX, ya no podrá tener -también- la belleza de la ciudad tradicional que fue. Hay que darle, pues, una nueva imagen y esto es un tremendo reto, pero no desconocido. Han quedado usos, costumbres y memorias sin lugares, que precisan nuevos edificios y espacios urbanos públicos ante la imposibilidad -y el inconveniente- de recuperara los que ya se perdieron para siempre. Sin dejar de hacer parques hay que volver a hacer plazas, pues son como las salas de las ciudades, lo que explica que la gente prefiera encontrarse en el Parque Panamericano o la plaza de San Francisco, a pleno sol que sentados en pequeños grupos en la plaza de Caicedo, precisamente por que esta ya no lo es más pues fue convertida en un parque de barrio borrando de un plumazo todo lo que significaba haber sido la Plaza Mayor de la ciudad por cuatro siglos.
          Hay que remodelar las vías amplias para que lleguen a ser verdaderas avenidas; tenemos que aprender que una vía con separador y sin andenes anchos no es una verdadera avenida aun cuando se le de el nombre. De hecho en Cali no hay una sola que lo merezca de verdad. Y sobre todo, hay que recuperar las calles, que son el espacio público fundamental de una ciudad. Por más que parezca simple es lo esencial: ampliar y liberar los andenes, mantener paramentos corridos, regularizar las alturas y darle prioridad en las calles a la gente sobre los carros. También hay que monumentalizar la ciudad y embellecerla pues es el escenario de la cultura, "prohíja el arte y es arte" como anotó Lewis Mumford. Hay que recuperar las vistas sobre los cerros (que ya envidiarían muchísimas ciudades en el mundo pero que nosotros parece que solo vemos como soportes de antenas) sobre todo mirándolos desde los espacios públicos. Es sorprendente, pero jamás se diseño nada en Cali pensando en la vista al cerro de las Tres cruces, y a nadie le importa que lo tapen edificios y vallas de publicidad. Calibanes que somos.


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