Dice el historiador
Georges Lomné (Magazín de El Espectador, septiembre 12 de 1999), aportando otro
enfoque al porqué de la violencia en el país, que la Independencia fomentó en
Colombia un patriotismo a la antigua: como había que luchar contra la
monarquía, las ciudades se pensaban como ciudades antiguas. Al menos su imagen.
La
adopción de nuevas iconografías es claramente explicada por Marx: "La
tradición de todas las generaciones desaparecidas oprime como una pesadilla el
cerebro de los vivos precisamente cuando estos parecen trabajar para
transformarse a sí mismos y a las cosas, para crear lo que no ha existido
nunca; en tales épocas de crisis revolucionaria se evocan angustiosamente los
espíritus del pasado para ponerlos a su servicio; se toman prestados sus
nombres, sus consignas, sus costumbres, para representar con este viejo y
venerable disfraz y con este parlamento tomado en préstamo la nueva escena de
la historia. Así Lutero se disfrazó de apóstol Pablo, y la revolución de
1789-1814 se vistió alternativamente con el ropaje de la república romana y del
imperio romano."(El 18 Brumario de Luis Bonaparte )
Ropaje
romano que asume la nueva República de Colombia
en el que no solo hay que incluir sus pocos edificios neoclásicos del
siglo XIX, como el Capitolio Nacional (el mejor edificio del país), sino
también todas las casas de tradición colonial cuyas fachadas fueron cubiertas
con formas clásicas y los muchos edificios moderno-historicistas que se
levantaron hasta bien entrado el XX. Conjunto ecléctico este que se ha
denominado indiscriminadamente como arquitectura "republicana" o
"neoclásica" aludiendo solo a sus imágenes.
A
renglón seguido, a mediados del XX, se levantaron construcciones modernas pero
vestidas con formas españolas -el español californiano- atendiendo más a lo que
estaba de moda en California y La Florida, y a la preponderancia de Estados
Unidos después de la II Guerra Mundial, que al llamado fraternal pero
interesado que lanzó la Madre Patria a sus antiguas colonias en la Exposición
Iberoamericana de Sevilla de 1929 con el neocolonial. Por lo contrarío y casi
al mismo tiempo, la manera a la antigua
fue reemplazada, con el mismo fondo ideológico que señala Marx, por una
manera a la moderna, más aparente que real. Pero la modernización entre
nosotros no solo ha sido incompleta sino violenta. Identificada con la
"civilización", era europea o norteamericana, y pertenecía a una
minoría que actuaba solitaria en la vida política y cultural y que, rechazando
lo indígena y lo rural, asociados a la "barbarie", buscaba
afanosamente la modernización de estos países y sus instituciones.
Como
lo indica Néstor García Canclini nuestras ciudades se caracterizan por su
condición híbrida.(Culturas híbridas / Estrategias para entrar y salir de la
modernidad) En ellas casi todo es nuevo
pero no moderno. Hay muchas modernizaciones pero poca modernidad. Sus partes
antiguas no lo son tanto y muchos de sus monumentos han perdido sus entornos
tradicionales. No es casualidad que en el Tercer Mundo se hayan concebido buena
parte de las escasas ciudades modernas del planeta, como iniciativas faraónicas
de importantes gobernantes (como Jucelino Kubitschek, gestor de Brasilia y de
la modernización de Belo Horizonte) que pretendieron ciudades planificadas, de
"torres" asentadas en inmensas y libres zonas verdes, propósitos que
fueron arrollados cuando tuvieron éxito y crecieron más allá de lo previsto.
Esta
búsqueda de una imagen a la antigua primero y moderna después, explica la
violencia que se le ha hecho a las ciudades coloniales a partir de la
Independencia. Aunque la superposición del modelo de la ciudad moderna no fue
desastroso al principio, su total, acrítica e inculta aceptación posterior
significó la destrucción, casi completa en algunos casos como Cali, de todo lo
anterior incluyendo también los nuevos edificios y espacios urbanos
"republicanos", y con ello la idea misma de ciudad. Precisamente
cuando más personas viven en ellas y por lo tanto más se necesita que las
ciudades lo sean de verdad.
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