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Ni antigüas ni modernas. 05.04.2001


Dice el historiador Georges Lomné (Magazín de El Espectador, septiembre 12 de 1999), aportando otro enfoque al porqué de la violencia en el país, que la Independencia fomentó en Colombia un patriotismo a la antigua: como había que luchar contra la monarquía, las ciudades se pensaban como ciudades antiguas. Al menos su imagen.
          La adopción de nuevas iconografías es claramente explicada por Marx: "La tradición de todas las generaciones desaparecidas oprime como una pe­sadilla el cerebro de los vivos precisamente cuando estos parecen trabajar para transformarse a sí mismos y a las cosas, para crear lo que no ha exis­tido nunca; en tales épocas de crisis revoluciona­ria se evocan angustiosamente los espíritus del pasado para ponerlos a su servicio; se toman presta­dos sus nombres, sus consignas, sus costumbres, para representar con este viejo y venerable disfraz y con este parlamento tomado en préstamo la nueva escena de la historia. Así Lutero se disfrazó de apóstol Pablo, y la revolución de 1789-1814 se vistió alternativamente con el ropaje de la república romana y del imperio romano."(El 18 Brumario de Luis Bonaparte )
          Ropaje romano que asume la nueva República de Colombia  en el que no solo hay que incluir sus pocos edificios neoclásicos del siglo XIX, como el Capitolio Nacional (el mejor edificio del país), sino también todas las casas de tradición colonial cuyas fachadas fueron cubiertas con formas clásicas y los muchos edificios moderno-historicistas que se levantaron hasta bien entrado el XX. Conjunto ecléctico este que se ha denominado indiscriminadamente como arquitectura "republicana" o "neoclásica" aludiendo solo a sus imágenes.
          A renglón seguido, a mediados del XX, se levantaron construcciones modernas pero vestidas con formas españolas -el español californiano- atendiendo más a lo que estaba de moda en California y La Florida, y a la preponderancia de Estados Unidos después de la II Guerra Mundial, que al llamado fraternal pero interesado que lanzó la Madre Patria a sus antiguas colonias en la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929 con el neocolonial. Por lo contrarío y casi al mismo tiempo, la manera a la antigua  fue reemplazada, con el mismo fondo ideológico que señala Marx, por una manera a la moderna, más aparente que real. Pero la modernización entre nosotros no solo ha sido incompleta sino violenta. Identificada con la "civilización", era europea o norteamericana, y pertenecía a una minoría que actuaba solitaria en la vida política y cultural y que, rechazando lo indígena y lo rural, asociados a la "barbarie", buscaba afanosamente la modernización de estos países y sus instituciones.
          Como lo indica Néstor García Canclini nuestras ciudades se caracterizan por su condición híbrida.(Culturas híbridas / Estrategias para entrar y salir de la modernidad)  En ellas casi todo es nuevo pero no moderno. Hay muchas modernizaciones pero poca modernidad. Sus partes antiguas no lo son tanto y muchos de sus monumentos han perdido sus entornos tradicionales. No es casualidad que en el Tercer Mundo se hayan concebido buena parte de las escasas ciudades modernas del planeta, como iniciativas faraónicas de importantes gobernantes (como Jucelino Kubitschek, gestor de Brasilia y de la modernización de Belo Horizonte) que pretendieron ciudades planificadas, de "torres" asentadas en inmensas y libres zonas verdes, propósitos que fueron arrollados cuando tuvieron éxito y crecieron más allá de lo previsto.
          Esta búsqueda de una imagen a la antigua primero y moderna después, explica la violencia que se le ha hecho a las ciudades coloniales a partir de la Independencia. Aunque la superposición del modelo de la ciudad mo­derna no fue desastroso al principio, su total, acrítica e inculta aceptación posterior significó la destrucción, casi completa en algunos casos como Cali, de todo lo anterior incluyendo también los nuevos edificios y espacios urbanos "republicanos", y con ello la idea misma de ciudad. Precisamente cuando más personas viven en ellas y por lo tanto más se necesita que las ciudades lo sean de verdad.
         

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