A la Orquesta Sinfónica del Valle
"La arquitectura -escribió Sir
Joshua Reynolds, que siendo gran pintor tenía por que saberlo- recurre
directamente, como la música [y ahora mucho arte], a la imaginación, sin que
intervenga ningún género de imitación..." Son espacios, abiertos o
cerrados, ligados o no, que se ven (y se habitan) a lo largo de recorridos
diferentes en tiempos indeterminados, pero que forman un todo. De otro lado,
notas, acordes, frases, temas y movimientos encadenados que se oyen en un
tiempo preciso y en un orden dado; es la música, esa construcción invisible,
como dice el Emperador en Memorias de Adriano. Pero hay más: la resonancia que
producen las bóvedas de crucería, recordaba
Mario Gómez Vignes, pudo insinuar la polifonía al final de la Alta Edad
Media, y sin duda fue la música sinfónica y coral la que inspiró la Filarmónica
de Berlín y no sólo la respuesta funcional de Hans Scharoun al grave problema
de estar la sala localizada en la ruta de aproximación a un aeropuerto de la
ciudad, como se suele explicar.
Qué
maravilla la gran música y la gran arquitectura juntas. Al pie de la pirámides,
en el teatro romano abajo de la Acrópolis o en las termas de Caracalla. Un coro
pequeño en una iglesia románica, o, potente, en una gran catedral gótica para
subir a lo alto de su alto crucero. Un cuarteto, un trío, un quinteto, en la
intimidad austera de una iglesia colonial. La alegría de los vientos en
cualquier plaza o hasta en la retreta kitsch de un parque. Una gran sinfónica
en una sala de conciertos, como las de Alvar Aalto, invento de la arquitectura
moderna precisamente, o, con muchos coros, en un barroco teatro a la italiana.
Incluso en uno modesto y tardío como el Municipal. Y con buenos solistas, un
estupendo director y un músico grande, es la apoteosis total. Acompañadas del
teatro (la representación) música y arquitectura se vuelven un intenso, bello,
significativo, profundo y vital ritual. Como en el réquiem de Verdi con sus
sonoras trompetas arriba y el profundo coro muy atrás, o en ese increíble
¡Halelujah! que nos empuja a donde debería estar Dios y por eso nos levantamos,
como nos gustaría creer que lo hizo Jorge II, no solo por tradición sino por
que en ese movimiento la orquesta, los solistas y los coros se "escapan"
hacia ese cielo de verdad que nos da Handel con su Mesías... y queremos ir con
ellos.
La
proyectación arquitectónica y la composición musical predeterminan secuencias
que luego son ejecutadas por otros para crear emociones; en el tiempo, una, y
en el espacio y en el tiempo, la otra. De la primera quedan (a veces) los
edificios, es decir, su única interpretación; de la segunda quedan las
composiciones que se interpretan (a veces no) muchas veces. En la construcción
intervienen muchos no artistas pero los interpretes siempre son músicos, aunque
no siempre muchos. Los músicos, en general, como todos saben menos ellos, que
no quieren oírlo, no ven la arquitectura, lo que no les afecta su musicalidad y
hasta puede que les agudice el oído; por lo contrario, los arquitectos sordos a
la gran música están ciegos a esa belleza que le habla al espíritu y la
historia y no solo a sentimientos y costumbres. Por eso mientras en Colombia
sigan destruyendo sus edificios y ciudades tradicionales, mientras haya
ministras de "cultura" que crean que porque Vivaldi no es colombiano
su música es extranjera, mientras los colegios tengan banda de guerra y no de
música, no habrá paz de verdad. Y por eso es tan importante que nuestra
sinfónica, una de la pocas que quedan en este país que nunca tuvo muchas, sea
cada vez mejor notoriamente; y con más público, a pesar de celulares,
cuchicheos, carraspeos y todo, y con muchos niños -bienvenidos- que hay que
ayudar a educar. Cómo sería de buena la presencia de más arquitectos en los
conciertos; tal vez superarían su arquitectura trivial y el daño sordo
(silencioso, insensible) que le han hecho a la ciudad con ella.
A
manera de coda hay que decir que tal vez la relación entre arquitectura y
música explique que Alma Mahler comenzara su envidiable cadena de intensos
amores con el famosísimo compositor, y la terminara con Walter Gropius, el aún
más conocido arquitecto. Por supuesto ella sabia lo que vale la pena amar a los
verdaderos artistas; oírlos y verlos.
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