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No tiene qué decir. 11.07.2002


Esa fue la inaudita respuesta de un policía de transito cuando se le informó que en la calle en donde se estaban llevando carros con la grúa no había ninguna indicación de  que allí no se podía estacionar. Hijueputa a usted qué le importa fue la de un energúmeno taxista cuando se le reconvino, con educación pero con firmeza, por que había volteado rápida e intempestivamente en contravía en una esquina estrecha de San Antonio.
Claro que sí se tiene que decir y que sí nos importa. Sin embargo las respuestas de ese policía y del taxista son comprensibles. Sus ideas de autoridad en uno y de libertad en el otro son producto de su total falta de educación ciudadana y reflejan nuestra realidad. Aquí todos somos doctores y doctoras pero casi nadie es ciudadano. El absurdo, la arbitrariedad y la falta de lógica, reglas, normas y pautas de comportamiento son frecuentes en este país en donde las autoridades la tienen tan poca que caen frecuentemente en el autoritarismo, y los ciudadanos tan limitada su libertad que no saben que para tenerla hay que respetar la de los demás. Nadie nos ha enseñado como se vive en las ciudades, a las que muchos han llegado ya grandes, incluyendo por supuesto no pocos alcaldes y concejales que como si fueran señoras “bien” también estacionan sus narco carros en los andenes y poco hacen por la calidad de vida de sus electores con sus gestiones ignorantes de la urbanidad y lo urbano y no sólo por que casi siempre suelen ser corruptos.
Es de sentido común que si en principio se puede estacionar en todas las calles pues hay que señalar cuándo está prohibido en algunas, y si no se puede en general en ninguna pues hay que indicar en donde sí se puede. En Cali hay señales en ambos sentidos: unas que prohíben estacionar y otras que permiten hacerlo. Muchas son ilegibles e incluso a veces están juntas, como esas flechas surrealistas que indican sentidos opuestos en los extremos de una misma vía, o son ilegales como todas esas que dicen “estacionamiento privado de o para los clientes de….”.
En todo el mundo las calles suelen ser de doble vía mientras  no se indique lo contrario (como en Europa) o se indica su sentido (como en Estados Unidos). En Cali no se sabe cual regla prevalece pero tampoco hay señales en muchas  calles que las necesitarían y cuando las hay, muchas son absurdas o antitécnicas. Por eso casi nadie las tiene en cuenta y todos, gracias a nuestra “ilimitada libertad”,  circulamos en algún momento en contravía (sin que a nadie le deba importar) pues irremediablemente en muchos casos hay que hacerlo para poder llegar a donde se va.
No reconocemos nuestra realidad ni nos educamos para transformarla. Rechazamos que los otros la señalen. Ocupados con el “pam” y el circo somos avestruces ciegos con la cabeza bien adentro de un hueco de aguas negras. Pero eso si, siempre hay funcionarios acuciosos que exigen respeto y piden rectificaciones, o que nos aclaran, confundiendo las normas con la ley, que no tiene que decirse dónde está prohibido estacionar (en la administración de turno) por que todo el mundo debe saberlo; pero no se preguntan, entonces, para qué lo señalan en muchas. Y de las contravías pues no es sino mirar el ejemplo de la policía que con increíble frecuencia circula olímpicamente en contravía y por la noche sin luces y a la que no es prudente reconvenir.
No diga, no hable, no se meta, no pregunte que le pueden pegar un tiro es el consejo no pedido que se da de inmediato. Y es razonable; aquí se trata es de sobrevivir. Si no le gusta, váyase; renuncie. Cállese. Sin embargo hay que seguir insistiendo en ser optimistas, como pide Julián Domínguez, pero críticamente: la crítica, aunque no lo parezca, es siempre optimista, pues, incluyendo las glosas, desde luego, lleva a los conocimientos que permiten transformar racionalmente la realidad. La complacencia, por lo contrarío, siempre la esconde.

 


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