Esa fue la inaudita respuesta de un
policía de transito cuando se le informó que en la calle en donde se estaban
llevando carros con la grúa no había ninguna indicación de que allí no se podía estacionar. Hijueputa a
usted qué le importa fue la de un energúmeno taxista cuando se le reconvino,
con educación pero con firmeza, por que había volteado rápida e
intempestivamente en contravía en una esquina estrecha de San Antonio.
Claro que sí se tiene
que decir y que sí nos importa. Sin embargo las respuestas de ese policía y del
taxista son comprensibles. Sus ideas de autoridad en uno y de libertad en el
otro son producto de su total falta de educación ciudadana y reflejan nuestra
realidad. Aquí todos somos doctores y doctoras pero casi nadie es ciudadano. El
absurdo, la arbitrariedad y la falta de lógica, reglas, normas y pautas de comportamiento
son frecuentes en este país en donde las autoridades la tienen tan poca que
caen frecuentemente en el autoritarismo, y los ciudadanos tan limitada su
libertad que no saben que para tenerla hay que respetar la de los demás. Nadie
nos ha enseñado como se vive en las ciudades, a las que muchos han llegado ya
grandes, incluyendo por supuesto no pocos alcaldes y concejales que como si
fueran señoras “bien” también estacionan sus narco carros en los andenes y poco
hacen por la calidad de vida de sus electores con sus gestiones ignorantes de
la urbanidad y lo urbano y no sólo por que casi siempre suelen ser corruptos.
Es de sentido común
que si en principio se puede estacionar en todas las calles pues hay que
señalar cuándo está prohibido en algunas, y si no se puede en general en
ninguna pues hay que indicar en donde sí se puede. En Cali hay señales en ambos
sentidos: unas que prohíben estacionar y otras que permiten hacerlo. Muchas son
ilegibles e incluso a veces están juntas, como esas flechas surrealistas que
indican sentidos opuestos en los extremos de una misma vía, o son ilegales como
todas esas que dicen “estacionamiento privado de o para los clientes de….”.
En todo el mundo las
calles suelen ser de doble vía mientras
no se indique lo contrario (como en Europa) o se indica su sentido (como
en Estados Unidos). En Cali no se sabe cual regla prevalece pero tampoco hay
señales en muchas calles que las
necesitarían y cuando las hay, muchas son absurdas o antitécnicas. Por eso casi
nadie las tiene en cuenta y todos, gracias a nuestra “ilimitada libertad”, circulamos en algún momento en contravía (sin
que a nadie le deba importar) pues irremediablemente en muchos casos hay que
hacerlo para poder llegar a donde se va.
No reconocemos
nuestra realidad ni nos educamos para transformarla. Rechazamos que los otros
la señalen. Ocupados con el “pam” y el circo somos avestruces ciegos con la
cabeza bien adentro de un hueco de aguas negras. Pero eso si, siempre hay
funcionarios acuciosos que exigen respeto y piden rectificaciones, o que nos
aclaran, confundiendo las normas con la ley, que no tiene que decirse dónde
está prohibido estacionar (en la administración de turno) por que todo el mundo
debe saberlo; pero no se preguntan, entonces, para qué lo señalan en muchas. Y
de las contravías pues no es sino mirar el ejemplo de la policía que con
increíble frecuencia circula olímpicamente en contravía y por la noche sin
luces y a la que no es prudente reconvenir.
No diga, no hable, no
se meta, no pregunte que le pueden pegar un tiro es el consejo no pedido que se
da de inmediato. Y es razonable; aquí se trata es de sobrevivir. Si no le
gusta, váyase; renuncie. Cállese. Sin embargo hay que seguir insistiendo en ser
optimistas, como pide Julián Domínguez, pero críticamente: la crítica, aunque
no lo parezca, es siempre optimista, pues, incluyendo las glosas, desde luego,
lleva a los conocimientos que permiten transformar racionalmente la realidad.
La complacencia, por lo contrarío, siempre la esconde.
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