Las preocupantes premoniciones de El
Club de Roma, de hace medio siglo, no se cumplieron del todo: hay comida
suficiente pero lo que muchos no tienen es dinero para comprarla. Lo que si se
está acabando es el espacio para vivir: el 50% de los habitantes de la Tierra
hoy tienen que vivir en ciudades y en Colombia casi el 80%. Es evidente la
imposibilidad de volver al campo y la necesidad de conservar la naturaleza. En
las ciudades está el futuro, nos guste o no.
Un
breve recuento de su larga historia nos muestra que se originaron en el oriente
y pasaron a Europa, germinando en los cruces de caminos, los vados, las
fortificaciones y alrededor de las ferias, encerradas por murallas. De allí
navegaron al Nuevo Mundo. Cuando se disparó su poblamiento, en el siglo XIX,
aparecieron los ensanches. Los automóviles permitieron más tarde los suburbios,
que se extendieron como mancha de aceite por el territorio que las rodea, al
punto de que pronto aparecieron las enormes conurbaciones actuales.
La
ciudad tradicional occidental se caracteriza por la multiplicidad de usos, sus
calles de fachadas corridas de alturas uniformes por sectores, sus plazas
llanas en donde se daban actividades y mercados diversos. Solo tienen casas y
monumentos (iglesias y catedrales, conventos, palacios, castillos, estatuas y
fuentes). Hay unos pocos tipos edilicios, principalmente los que se
derivan de la nave y el patio. Lo
privado y lo público están radicalmente diferenciados lo mismo que ciudad y
naturaleza. Queda la impresión de que el hombre no aprende a construir
ciudades, sino que sabe construirlas, de la misma manera que los niños no
aprenden a hablar sino que saben hablar, como los pájaros, que no aprenden a
volar sino que saben volar, como afirma el famoso lingüista Noam Chomsky.
La
"ciudad" moderna, que buscó cambiar diametralmente la tradicional,
con la disculpa de su saneamiento y la introducción del automóvil, permutó la
simultaneidad de usos por la zonificación; las plazas y parques por zonas
verdes informes; las cúpulas, torres y espadañas por "torres" para
cualquier cosa; las calles por vías (sin paramentos y de alturas desiguales)
pensadas solo para los carros; los tipos edilicios por la "invención ad
hoc" de cada edificio; los patios por construcciones compactas; las
manzanas cerradas por conjuntos de edificios exentos; los mercados por centros
comerciales y de servicios; lo privado separado de lo público por lo
semiprivado confundido con lo semipúblico. La ciudad compacta dio paso a la
conurbación sin control, al punto que ya no hay una frontera nítida entre lo
urbano y el campo medio urbanizado que la rodea pues la naturaleza quedó
relegada a los parques naturales y a enormes baldíos poco habitables. Una
modernidad que destruyó lo viejo, principalmente en los países
subdesarrollados, que fueron los que se prestaron para el intento, pero que
fracasó en crear una nueva ciudad.
Lo
que sí está cambiando rápidamente a las ciudades es el uso masivo de
computadoras, el transporte masivo, en ellas y entre ellas, y el comercio
global. Su principal razón de ser antes -juntar mano de obra, sitios de trabajo
y consumidores- ya no es obligatoria sino que decidir en donde vivir se volvió
un placer elegible. Las ciudades posmodernas han regresado a las calles y plazas
animadas y a las alturas bajas y uniformes, pero con densidades altas. La
modernidad “per se” es cosa del pasado. Solo queda el futuro del
patrimonio...incluyendo mucho de esa ya "vieja" modernidad. Pero no
es simplemente rescatar lo mejor de ese pasado sino que es ineludible en la
medida en que ni el hombre ni los climas y paisajes de la Tierra han cambiado
(aun) significativamente. Pero el detener el aumento de la población, y la
ecoeficiencia, bien entendida y no como moda, se volvieron imperativos. Para
allá apuntan las sociedades más civilizadas; pero será inútil sino lo hacemos
todos.
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