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Ciudad: pasado y futuro. 18.07.2002


Las preocupantes premoniciones de El Club de Roma, de hace medio siglo, no se cumplieron del todo: hay comida suficiente pero lo que muchos no tienen es dinero para comprarla. Lo que si se está acabando es el espacio para vivir: el 50% de los habitantes de la Tierra hoy tienen que vivir en ciudades y en Colombia casi el 80%. Es evidente la imposibilidad de volver al campo y la necesidad de conservar la naturaleza. En las ciudades está el futuro, nos guste o no.
          Un breve recuento de su larga historia nos muestra que se originaron en el oriente y pasaron a Europa, germinando en los cruces de caminos, los vados, las fortificaciones y alrededor de las ferias, encerradas por murallas. De allí navegaron al Nuevo Mundo. Cuando se disparó su poblamiento, en el siglo XIX, aparecieron los ensanches. Los automóviles permitieron más tarde los suburbios, que se extendieron como mancha de aceite por el territorio que las rodea, al punto de que pronto aparecieron las enormes conurbaciones actuales.
          La ciudad tradicional occidental se caracteriza por la multiplicidad de usos, sus calles de fachadas corridas de alturas uniformes por sectores, sus plazas llanas en donde se daban actividades y mercados diversos. Solo tienen casas y monumentos (iglesias y catedrales, conventos, palacios, castillos, estatuas y fuentes). Hay unos pocos tipos edilicios, principalmente los que se derivan  de la nave y el patio. Lo privado y lo público están radicalmente diferenciados lo mismo que ciudad y naturaleza. Queda la impresión de que el hombre no aprende a construir ciudades, sino que sabe construirlas, de la misma manera que los niños no aprenden a hablar sino que saben ha­blar, como los pájaros, que no aprenden a volar sino que saben volar, como afirma el famoso lingüista Noam Chomsky.
          La "ciudad" moderna, que buscó cambiar diametralmente la tradicional, con la disculpa de su saneamiento y la introducción del automóvil, permutó la simultaneidad de usos por la zonificación; las plazas y parques por zonas verdes informes; las cúpulas, torres y espadañas por "torres" para cualquier cosa; las calles por vías (sin paramentos y de alturas desiguales) pensadas solo para los carros; los tipos edilicios por la "invención ad hoc" de cada edificio; los patios por construcciones compactas; las manzanas cerradas por conjuntos de edificios exentos; los mercados por centros comerciales y de servicios; lo privado separado de lo público por lo semiprivado confundido con lo semipúblico. La ciudad compacta dio paso a la conurbación sin control, al punto que ya no hay una frontera nítida entre lo urbano y el campo medio urbanizado que la rodea pues la naturaleza quedó relegada a los parques naturales y a enormes baldíos poco habitables. Una modernidad que destruyó lo viejo, principalmente en los países subdesarrollados, que fueron los que se prestaron para el intento, pero que fracasó en crear una nueva ciudad.
Lo que sí está cambiando rápidamente a las ciudades es el uso masivo de computadoras, el transporte masivo, en ellas y entre ellas, y el comercio global. Su principal razón de ser antes -juntar mano de obra, sitios de trabajo y consumidores- ya no es obligatoria sino que decidir en donde vivir se volvió un placer elegible. Las ciudades posmodernas han regresado a las calles y plazas animadas y a las alturas bajas y uniformes, pero con densidades altas. La modernidad “per se” es cosa del pasado. Solo queda el futuro del patrimonio...incluyendo mucho de esa ya "vieja" modernidad. Pero no es simplemente rescatar lo mejor de ese pasado sino que es ineludible en la medida en que ni el hombre ni los climas y paisajes de la Tierra han cambiado (aun) significativamente. Pero el detener el aumento de la población, y la ecoeficiencia, bien entendida y no como moda, se volvieron imperativos. Para allá apuntan las sociedades más civilizadas; pero será inútil sino lo hacemos todos.

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