A falta de un ministerio de la ciudad
los alcaldes deben responder solos por estos artefactos en los que, como dijo
Churchill, no únicamente se lleva a cabo la vida ciudadana sino que la
condicionan. El éxito de Peñalosa y de los arquitectos Gaitán Cortés en Bogotá,
Montoya en Bucaramanga y Lerner en Curitiba es que se preocuparon también de lo
urbano-arquitectónico. Por eso al menos debe haber arquitectos en las oficinas
de planeación.
Desde Julio Riascos,
hace 20 años, ningún otro alcalde se ha interesado en Cali por su aspecto
urbano. En general consideran los Juegos Panamericanos un progreso pese a que
se demolió buena parte del patrimonio monumental y el centro fue amputado del
resto de la ciudad por un plan vial que buscaba de contera la “modernización”
de su casco viejo. Algunos bien intencionados como Rodrigo Guerrero cometieron
errores como ampliar una vía por encima del Río Cali en uno de sus mas bellos
recodos, o esos esperpentos que son los paraderos de la Cl. 15. Para no hablar
de lo que hicieron los que terminaron en la cárcel.
Necesitarían saber de
arquitectura y urbanismo, conocer la evolución espacial de su ciudad y haber
estudiado otras. Entender que lo físico y lo estético no son accesorios. Pensar
que generarán empleo es tonto, y la seguridad, además de un problema policial,
también lo es de la calidad del espacio público, como insiste Peñalosa. Deben
estar convencidos de que su objetivo es sobre todo la excelencia de lo físico
para que no degraden mas las ciudades destinando vías públicas a carros
particulares, o “modernizándolas” demoliendo su patrimonio y acabando con sus
tradiciones, o ateniéndose a un sistema de transporte masivo cuando apenas se
trata de la implementación parcial de uno de sus componentes.
Pero ¿como
explicárselo a un electorado que nada sabe de ciudades? Pegados a una emisora
mala desde que eran campesinos y ahora a una pésima TV, muchos no leen
periódicos ni revistas ni viajan ni a Bogotá. Allá lograron que los carros
respetaran a los peatones. Una calle recuperada para la gente contra viento y
marea cambió el comportamiento urbano de los bogotanos. Colegios públicos de
excelente arquitectura y manejados por los mejores colegios privados
transformaron la educación de los niños pobres. Unas maravillosas bibliotecas en
unos estupendos parques les descubrieron el placer del conocimiento. Bonitos y
rápidos buses sustituyeron muchos de los incómodos camiones adaptados
anteriores, y sus ciclorutas permiten transportarse dignamente en bicicleta.
Aquí
se habla de todo esto pero los velódromos se desploman; los caleños, que añoran
el campo, boicotean un gran centro cultural en la extensa área verde del Cam;
los edificios públicos son mediocres cuando no malos; en lugar de poner
semáforos se hacen inútiles puentes peatonales; se ocupan los antejardines y
los andenes se usan para estacionar carros.
Cali necesita un
alcalde con sentido común, como recomienda Lerner, y visión arquitectónica,
como descubrió Peñalosa; y con conocimientos y trabajos en asuntos urbanísticos
y experiencia política y en gestión de la ciudad. Como Ely Burcahart (ex
concejal), Liliana Bonilla (ex directora de Planeación y de Colcultura) o
Germán Cobo (ex concejal), tres arquitectos preocupados por las ciudades
proyectadas para la gente y no improvisadas para los carros.
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