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San Antonio de cabeza. 27.12.2001


Nunca el mundo fue tan feo como ahora. Las bellas ciudades y pueblos tradicionales han sido destruidos o muy alterados. Se han salvado muy pocos, y a medias, pues se volvieron objetos del turismo. El campo igual; no es sino ver el daño que le hizo el monocultivo (sin imaginación) de la caña de azúcar al idílico paisaje vallecaucano. Y de la naturaleza solo quedan unos cuantos parques en los que no dejan vivir y los enormes pero inalcanzables polos. Casi seis mil millones de personas se han encargado de que esto pase comprometiendo no solo su futuro sino su pasado, y sin pasado el hombre solo es animal.
          Por eso es importante San Antonio. Aunque bastante vapuleado es en donde más queda en Cali algo de nuestra tradición urbano-arquitectónica colonial, que no solo es nuestra  -compartida con toda Hispanoamérica - sino que es muy antigua y potente: se remonta a la aparición de las ciudades en el Oriente, con sus calles y manzanas; y sus casas son herederas de las andaluces, beneficiarias a su vez de las visigodas, árabes y bereberes y, en últimas, de las romanas. Encerradas en sí mismas, alrededor de íntimos, frescos y variados patios, cuyo recorrido depara sorpresas y cambios de luz, y con zaguanes que las comunican, y separan, de la calle, de lo público. Tradición sencilla y eficaz, como son las que perduran, pero que en esta ciudad fue condenada sumariamente para dar campo no a lo moderno sino a su mera imagen.
          No es que San Antonio sea bonito (que ya no lo es) como muchos piensan, si no que su muy agradable ambiente lo es por que su tradición tiene varios siglos de ser el escenario de nuestra cultura; de la cultura de las ciudades. Y ahora que nos toca vivir a la fuerza en ellas, se vuelve vital que el ambiente de los espacios urbanos -tanto públicos como privados- sea verdaderamente, y en primera instancia, urbano. Que su arquitectura sea de lo mejor solo interesa en la medida en que conforme calles sin equívocos. Si además se mejora la calidad intrínseca de los edificios, pues mejor aun.
          De ahí que sea tan importante que el barrio recupere los paramentos de sus calles, que fueron alterados a poquitos dizque para ampliarlas, cuando lo que en realidad se buscaba era su destrucción para que las viejas casas (que no lo son tanto) paramentadas y con aleros fueran remplazadas por "modernas residencias" con retrocesos, antejardines y áticos que ocultaran sus techumbres. Tampoco su blanco tradicional fue respetado, aunque coincidiera con el color de la arquitectura moderna, pues lo que se buscaba era el contraste: lo nuevo, lo novedoso; y se cambiaron sus vanos verticales por los apaisados típicos de la nueva arquitectura. Y la codicia llevó a tirar  casas para construir edificios que la técnica ahora sí se lo permitía a cualquiera.
          Preocupa que muy pocos propietarios de San Antonio hayan cerrado sus absurdos (aquí) antejardines o recuperado sus paramentos iniciales, ganando área, pese a que las normas ya hace varios años lo permiten. Por lo contrario siguen demoliendo sus aleros y pintando sus casas de colores o, lo que es peor, enchapándolas aunque esté expresamente prohibido. En lugar de presionar para que se quiten los postes y se uniformen las calzadas de las calles, ampliando sus estrechos andenes, prefieren pintarrajear groseramente postes y sardineles, y las calzadas mismas, dizque para "adornar" el barrio para la Navidad.
          Pero no se trata de volver a un imposible pasado sino de partir de él. No se trata de "recuperar" a San Antonio ni de volverlo "pintoresco", sino de mejorar el espacio de sus calles, mantener sus alturas y conservar sus patios, y nutrir bien sus tradiciones, que las tiene muchas, pero emproblemadas, porque se las malinterpreta y exagera provocando su rechazo, como lo mostró Clara Ramírez claramente hace poco en estas páginas.

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