Durante varios años los vecinos de
Normandía tuvieron que soportar la algarabía, tumulto y desorden de las mal llamadas “tascas”, instaladas a la orilla
del Río Cali con motivo de la feria, pese a que era violado su derecho
constitucional a la tranquilidad y movilización. Su inconveniencia fue tan
evidente que finalmente se trasladaron a otra parte, cosa que esos funcionarios
que elegimos para que administren con autoridad permitieron minimizando apenas
algunos de sus aspectos negativos, pues en general lo que suelen hacer es
disponer de la ciudad con autoritarismo. Para tapar un hueco abrieron otro.
Normandía por Versalles.
De
nada valieron las consideraciones de los vecinos de San Vicente y Versalles que
con razón le recuerdan a Corfecali que tres clínicas están a pocas cuadras del
parque pues tal parece que en Cali hasta los enfermos tienen que participar
obligatoriamente de su feria. Tampoco importan los daños irreversibles que se
puedan ocasionar a sus jardines, ni la tranquilidad y comodidad de los vecinos.
Lo que cuenta es el circo fácil para el pueblo. A las autoridades les interesa
mas complacer a sus electores que lo que le pase a la ciudad y al resto sus
habitantes, muchos de los cuales irresponsablemente, es cierto, dejan que el
clientelismo o el mesianismo las escojan por ellos. Pero, por supuesto, eso no
les quita el derecho a quejarse después.
Que
bueno que hubiera restaurantes y bares a la orilla del rió, sin ruido y con
estacionamientos bien resueltos, los que sencillamente en diciembre tendrían
mas animación. Que hubiera frecuentes cabalgatas y no esa atarvanería anual que
pone patas arriba la ciudad, solo que la de diciembre sería mas grande y ceremoniosa.
Que hubiera fuegos artificiales abundantes y silenciosos debidamente
programados y no los inesperados, ruidosos y peligrosos de la pólvora
callejera. Que la gente bebiera vinos y licores buenos a lo largo del año y no
esos lamentables anisados con los que los que llegan y los que no se van se
emborrachan para sentirse de feria. Seríamos una ciudad de verdad todo el año y
no una farsa navideña.
¿Cuándo
anunciaremos las cosas con suficiente tiempo para que se forme una opinión
pública? ¿Cuándo a hacerlas sin que afecten innecesariamente a los demás? Un
buen ejemplo es la temporada de Cañaveralejo cuyo impacto negativo es mínimo
(estar a favor o en contra de los toros es otro asunto) pues cuando se
construyó la plaza no había casi nada en sus alrededores y ya lleva medio siglo
en el mismo sitio de manera que todo el mundo sabe a que atenerse. Su ruido, si
se quiere llamar así, no afecta las viviendas vecinas pues están las mas
próximas bastante retiradas y cuenta con suficientes estacionamientos; y si se
presenta algún desorden momentáneo en el tránsito es debido solo a la vieja
ineptitud de las autoridades del ramo.
En
el Parque de Versalles estuvo el primer hipódromo formal de la ciudad. Pero,
siempre a la penúltima moda, en medio siglo cambiamos las elegantes carreras de
los pura sangre inglesa por la vulgar imitación de las deliciosas tascas
españolas, las que precisamente allá tienen la sabiduría de mantener la
animación adentro, es decir solo para los que entran. Aquí se trata, por lo
contrario y sobre todo, de hacer participes del alboroto también a los demás,
como los que ponen su radio a todo volumen para que los vecinos crean que
tienen equipo de sonido y que están muy felices, o como esos narcotraficantes
que solían echar ruidosos voladores cuando coronaban.
El relevo es ahora
para Versalles, pero cuando después de un par de años logren, como los vecinos
de Normandía, que no les pongan allí mas las tascas ¿a cual barrio le tocará el
turno? A lo mejor a Normandía otra vez pues aquí nos olvidamos pronto de todo y
poco nos importa lo que le pase a los demás. Ojalá el parque quede mejor de lo
que estaba, como asegura El País, pero la realidad es que ahora está peor
(cerrado) y durante mas de un mes será en el mejor de los casos repentinamente
distinto; dos palabras que resumen la desgracia de Cali en el último medio
siglo.
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