Se impone la cocina de autor y la
comida “fusión”. Dieguito El Cigala, gitano andaluz, con pocos años, pero con
toda la antigüedad del cante jondo, canta boleros y música brasilera (y hasta
tangos podría) acompañado al piano por el afro cubano Bebo Valdés, cada vez mas
joven a sus ochenta y pico de años; y no son lagrimas negras si no de
felicidad. José Ramón Moreno tiene una cátedra de arquitectura hispanoamericana
en Sevilla, Felipe Hernández dirigió la que llamó “Transcultural
Architecture” en la prestigiosa escuela Bartlett del Reino Unido y en la
del Valle se estudia la islámica.
Deberíamos hablar de
arquitectura fusión. La que junta sonriendo pero con pudor lo viejo con lo
nuevo, lo de aquí con lo de allá y lo de mas allá, lo bello con lo práctico y
lo ecoeficiente; que sonríe al clima, paisaje y tradiciones y recibe complacida
los cambios, que además espera, y los pecados de mal gusto de los que la
habitan. Que tiene humor pero también enorme poder de conmover. Que recupera el
arte de componer espacios para lograr ambientes que lleven a la sonrisa y la
emoción por siglos y no simplemente volúmenes instantáneos supuestamente
interesantes para concursar y publicar. Que se toma en serio la realidad y no
las revistas.
Es la de los
arquitectos que sonríen. Desde Himhotep, que sobrepuso escalonadamente mastabas
en Sakkara para que el Rey Zoser pudiera seguir vivo y que sonríe, como todos
los antiguos egipcios, del faraón para abajo, según se ve en los
innumerables monumentos que sonríen en los museos de todo el mundo. Y
los arquitectos de Urnammu que remodelaron el zigurat y el recinto de Ur. Y los
que trazaron la catenaria de la Puerta del Rey en el Gran Castillo Hitita de
Hattusas, su capital. Y los que levantaron el Palacio de Ctesiphon. Y desde
luego los desconocidos arquitectos del conocidísimo Erectión. ¿Sonrió Vitruvio?
¿Y los arquitectos del Panteón o Santa Sofía? Pero sí que sonrieron los que le
construyeron su maravillosa villa a Adriano, y Barma y Posnik que levantaron
San Basilo en la Plaza Roja para el terrible Ivan IV. Y los muchos que llenaron
Europa de románico y el abate Suger cuando inventó el gótico en Saint-Denis. Y
el renacimiento todo y todo el barroco, o casi. Y los alarifes enamorados de la
Alhambra y los que trajeron al Nuevo Mundo su maravillosa arquitectura de
patios con agua que se miran desde altos corredores y salas en penumbra. Y en
el siglo ya pasado sonreían Alvar Aalto, whisky en mano, y eventualmente Le
Corbusier, y Louis Khan, como no, y aun se escucha la carcajada de Robert
Venturi, pero también la risa orgullosa de Frank Lloyd Wrigth (tan adusto en
las fotos) si viera a los que hoy tratan de parecer “originales”. Sonrieron
Carlos Raúl Villanueva, Vilanova Artigas, Juvenal Baracco y hasta Bruno Stagno
en Costa Rica. Luis Barragán rezó, sonrió y gano el Pritzker .
El último en morir de
los arquitectos que sonríen fue Sir Geoffrey Bawa, dejándonos todo un bello
legado de ética y estética. Lo deberíamos estudiar en lugar de engolosinarnos
con la arquitectura dibujada de Zaha Hadid, pues con la escasísima construida
no queda mas remedio que preguntarse para que sirven los premios como el que le
dieron, que mas parece político y oportunista que otra cosa, a diferencia de
los anteriores a Glen Murcutt, Jorn Utzon y
Oscar Niemeyer, que sí que siguen sonriendo; como Frank Gehry en Panamá. En
fin, los mejores edificios de Rogelio Salmona son los mas alegres.
Comentarios
Publicar un comentario