En Colombia los alcaldes poco practican
esa sana y agradable actividad natural que es caminar. Además no dejaron por
donde. Montoya (que fue el primero en Bucaramanga), Peñalosa y Mockus, son
excepciones. Algunos trotan para hacer ejercicio pero jamás se les ocurriría
andar a sus despachos y menos ir en bicicleta. Se olvidaron que las ciudades
son el encuentro civilizador de sus ciudadanos en sus calles, como nos lo
acaban de mostrar los españoles manifestándose masivamente en ellas contra el
terrorismo. No entienden que su primer deber es garantizar que todos podamos
circular con seguridad y placer. No tienen interés por andenes y ciclorutas a pesar de que a muchísimos
colombianos les toca caminar y montar en bicicleta. Pero lo peor es que ni
siquiera a estos les preocupa, acostumbrados a pasar por donde puedan en las
invasiones, barrios marginales, pueblos o campos de donde vienen.
Los carros,
aparecidos de ultima hora que adoramos, chocan con lo urbano. Son de los
suburbios y autopistas que precisamente surgieron por ellos. Desde hace
décadas, especialmente en Europa y Estados Unidos, se ha comprobado que han
sido negativos para las ciudades. Los estudiosos del tema coinciden en que
arruinan la calidad de la vida en las calles, amenazan la seguridad de los
peatones, dañan el tejido social de las comunidades, aíslan la gente, aumentan
los suburbios, comprometen la belleza de las ciudades, hacen ruido, contaminan
el aire, calientan la atmósfera y desperdician energía (J. Crawford: Carfree
Cities). Y concluyen que no se deberían usar masivamente para el transporte
urbano; solo para las noches, salir al campo, llevar el mercado y, desde luego,
en los casos de urgencia.
En Cali hemos
permitido que aquí los carros y las motos sean mas ruidosos y contaminantes y
especialmente agresivos; no respetan los cruces peatonales y se estacionan en
los andenes, con la anuencia de las autoridades –que hacen lo mismo-, obligando
a los peatones a bajarse a las calzadas. Lo primero que habría que hacer,
contando con un clima y unas distancias como las que tiene la ciudad, sería
construir andenes anchos, continuos, sencillos, llanos, arborizados y sin
obstáculos (nada que ver con lo que se hizo en la Sexta), principiando por el
Centro, en donde hoy son una verdadera vergüenza, pues es el único sector común
a todos sus habitantes y el mas animado. Y desde luego habría que pensar en una
verdadera red de vías para los ciclistas.
La maravilla de una
ciudad sin carros no solo se experimenta en esos centros históricos como
Venecia o Brujas, sino en cualquier centro comercial, en donde se puede caminar
con placer y seguridad, que es lo que vamos a hacer a Unicentro o Chipichape.
Pero también a Manhattan, Londres o París, Buenos Aires, Ciudad de México o
Madrid, que como todas las grandes ciudades tienen muchísimos carros pero que
nunca olvidaron sus andenes. Incluso a Bogotá, que no es que los este recuperando,
como se dice equivocadamente, sino que apenas los está construyendo ahora, pues
como todas nuestras ciudades coloniales nunca los tuvo pues no los necesitaban.
La estrecha acera ya es republicana y contemporánea de los coches y tranvías de
caballos. Por eso hay que hacer el MIO desde el principio con los andenes
amplios y las ciclorutas previstos en el concurso para el diseño de sus
estaciones.
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