Así titulaba Alfonso Bonilla Aragón su
columna de junio 26 de 1975 en El País. Decía Bonar que nuestras ciudades
carecen de monumentos pero lo animaban las fuentes que se construirían con
motivo de los Juegos Panamericanos de 1971 para alegría de Cali. Con tino las
llamó “huéspedes moriscas de agua”. Y hacía la lista de los monumentos a erigir
en la ciudad donados por las repúblicas hermanas. Venezuela, una estatua
ecuestre monumental del Libertador, y Panamá la de Vasco Núñez de Balboa.
Colombia respondería por una del General Alfredo Vásquez Cobo, y aspiraba a que
los caleños le erigieran una al General Tomás Cipriano de Mosquera, igual que a
Manuel Mallarino y Jorge Holguín, coterráneos y presidentes ambos. Pero como lo
predijo, los tiempos no estaban para estatuas. Y tal parece que aquí nunca lo
han estado. Durante la Colonia estaban simplemente prohibidas, las republicanas
de finales del siglo XIX y principios del XX fueron escasísimas y pequeñísimas,
y las de ahora, vulgares, torpes y de vulgar pasta verdosa, dan vergüenza.
Una ciudad tropical como esta necesita espacios abiertos amplios y
sombreados, pero no solo con calidad ambiental sino también escénica, como en
todas las ciudades; en dos palabras, con monumentos. El
MIO, que alterará la mayoría de las vías principales a un costo de miles
de millones de pesos, pagados por los contribuyentes y usuarios caleños, además
de mejorar el transporte debería proporcionar un incremento significativo del espacio urbano tal y como fue planteado en el concurso de la SCA.
Hay que considerar que la
ciudad ha crecido sin un incremento del mismo
proporcional al número de sus pobladores. Hoy tenemos 2.6 metros cuadrados de
zonas verdes por habitante, resultando un déficit, calculado por la Sociedad de
Arquitectos Paisajistas del Sur Occidente Colombiano, de mas de 11 metros cuadrados por cada uno. Para peor de males, la transformación urbana provocada por el
MIO aumentará el faltante pues seguramente se van a utilizar zonas verdes para
ampliar vías para el transito común, aunque ahora digan que no, que el sistema
desplazará, como ha sido lo usual en Cali desde los Panamericanos.
Así como no
entendemos que las ciudades son sus calles paramentadas y no las autopistas,
las plazas y parques mas que las zonas verdes, las alamedas mas que los árboles
solos, y las alturas regulares mas que las “torres” innecesariamente altas, no
concebimos que necesitan espacios monumentales y estatuas. Y que estas precisan
de contextos que las monumentalicen, lo que no consideraron, por ejemplo, los
que ubicaron el Gato de Tejada, la Mariamulata de Grau o el Pájaro de Rayo. Por
eso lo de la Plaza de Caicedo (Caicedo, como está en la estatua del último
Alférez Real), pese a que ha debido pasar por la Filial del Consejo de
Monumentos Nacionales y que se hizo a espaldas de la comunidad, es, finalmente,
acertado: los árboles y arbustos desordenados que se sembraron allí a lo largo
de los años entorpecían el impacto de las altas palmeras zanconas y ocultaban
el monumento. Ahora solo falta regularizar el piso, al que ingenuamente se le
volvió a poner césped y flores, con un terminado semiduro y a nivel que le
devuelva su carácter de plaza, y sembrar mas palmeras y poner mas bancas para
que no pierda sus bondades de parque, lo que reclama con razón Germán Patiño.
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