En la popular película de Sergio
Cabrera la argucia sirvió para que se desmantelara poco a poco una casa sin que
nadie se enterara, y al final las autoridades tuvieran que encontrarse no solo
sin casa sino con un vacío jurídico, cosa que a todo el mundo le pareció muy
chistosa en este país que aplaude la trampa. En la vida real esa estratagema
sirve para que muchas construcciones ilegales se terminen poco a poco en
nuestras ciudades sin que sus autoridades se den por enteradas, y al final
tener un hecho creado que ya pocos funcionarios se atreverán a hacer demoler
pese a que así se los demande la ley. Es el caso de la casa de San Antonio, en
la calle cuarta entre carreras sexta y novena (recordemos que allí no hay
séptima ni octava), en un barrio supuestamente muy protegido por su valor
patrimonial. No solamente se le esta haciendo un tercer piso, que ocupa la
totalidad del lote, ambas cosas absolutamente prohibidas en la reglamentación
actual, sino que no cumple con ninguna de las normas de sismoresistencia que
son obligatorias por ley, ateniéndose a que aquí “las cosas tienden a no
caerse.”
Pero seguramente con un temblor
fuerte, como el pasado, esa construcción como de pacotilla se derrumbara sobre
sus vecinos, los que solo entonces podrán demandar civilmente a sus
constructores y propietarios por los daños que desde ya se sabe que se van a
ocasionar, e incluso penalmente si alguien queda herido o muerto. ¿Pero que
responsabilidad les quedará al Alcalde y los Secretarios de Planeación y
Gobierno? ¿Y a la Subdirección de Ordenamiento Urbanístico que finalmente, por
presión de la S.C.A., ordeno con “carácter urgente” a la Subdirección de
Policía y Justicia (conforme al Articulo 215 del Código Nacional de Policía,
Decreto 1355 de agosto 4 de 1970), la suspensión provisional de la obra, cosa
que desde luego no se ha producido aun? El resultado, sin duda, si lo hay, será
que pararán nuevamente la construcción mientras se calman las cosas, como ya lo
hicieron en la Alcaldía pasada, cuando al menos si se logro que los tramposos
se detuvieran, pero de inmediato reiniciaron los trabajos con la nueva
Administración aprovechándose de que ahora tal parece que ya nadie ve nada en
esta desvalida ciudad.
La gente en general encontró
divertida la película de Cabrera, pero en realidad no se trataba de una comedia
sino de la tragedia de una Locombia en la que la ley no es la dura ley sino
pura retórica con frecuencia cantinflesca. Que lo digan todos los que
aprovechándose de su ambigüedad e imprecisión, contribuyeron, alegando el
progreso y la modernización, a la desafortunada destrucción de lo que había
quedado del viejo claustro de la Carrera Sexta con Calle Quinta (solo se salvo
su iglesia, hoy abandonada y denominada San Martín de Porres), después de la
bárbara ampliación de la Calle Quinta, que cerceno a San Antonio del centro
histórico de la ciudad –lo que ya es un decir-
con motivo de los Juegos Panamericanos de 1971, que pese a eso insistimos
en celebrar como hubieran sido la gran cosa para Cali. Y desde luego que lo
digan los que no satisfechos con eso, si es que no son los mismos, ya pasaron
su acción demoledora al otro lado de la calle, a San Antonio, sin que nadie se
diera cuenta, en su muy personal, ignorante y taimado entendimiento y práctica
de la estrategia del caracol.
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