En 1989 se inauguró un McDonald’s nada menos que en Plaza España en
Roma (Cambio, 6/10/2003). Ante semejante atropello cultural, el periodista y
sociólogo Carlo Petrini inició una campaña en contra y entusiasmado al lograr
su cierre creó un movimiento en su natal Bra, pequeño pueblo de 28.000
habitantes entre Turín y Génova. En contraposición a las cadenas de fast-food
lo llamó Slow Food y rápidamente se extendió por Italia, históricamente
predispuesta al buen vivir, y posteriormente por el resto del mundo. Su
propósito es “luchar contra la erosión culinaria y combatir los demonios de la
comida rápida” propendiendo por una calidad de vida basada en el gusto por la
buena mesa. El caracol se convirtió en el emblema de los restaurantes
afiliados.
Pero el movimiento no
paró allí, nos cuenta el arquitecto Willy Drews (La
República, San José de Costa Rica, 23/9/2003) y Bra se autoproclamó como
la primera Slow City. En un gesto simbólico retrasaron 30 minutos el reloj de
la iglesia, prohibieron abrir los almacenes jueves y domingos y transitar por
el centro en automóvil, para demostrar lo importante que es disfrutar de una
ciudad amable, conservar la cultura local y promover una vida menos frenética y
de mejor calidad. Como resultado el comercio creció en un 15 % y el desempleo
bajó a la mitad de la media italiana. Unos 35 pueblos en Italia y otro tanto en
otros países (los de mas de 50.000 habitantes no son bienvenidos) se han
adherido a este movimiento que ya cuenta con 78.000 seguidores que buscan la
divulgación de conceptos asociados a ciudad lenta, como conciencia ecológica,
infraestructura eficiente, calidad del espacio urbano y suburbano, promoción de
los productos locales y atmósfera amigable. (www.slowcities.com)
Deberíamos ponerle mas
atención a esta idea y a otras iniciativas similares, ya mencionadas en esta
columna, como la de las ciudades sin carros (El País-Cali, 18/4/2002) o el
urbanismo ecoeficiente (El País-Cali,
23/1/2003). Y perseverar en iniciativas locales positivas como la del
día sin carro. Olvidémonos de nuestro inútil afán que nos lleva a pasarnos los
semáforos en rojo aunque no tengamos urgencia ni necesidad. Entendamos que son tambien
para que los peatones puedan cruzar las calles sin tener que correr, haciéndolo
por las esquinas con placer y seguridad. No identifiquemos mas el desarrollo
con aparatosos puentes para automóviles y peatones, que en realidad poco sirven
y además interfieren con nuestros paisajes urbanos. Evitemos globalizar nuestra
geografía e historia perdiendo en el intento el placer que producen sus
diferencias. No tenemos por que repetir los males que el desarrollo y la
modernización implicaron en los países industrializados.
Drews nos propone
“que quienes por falta de recursos tenemos todavía la fortuna de vivir en
ciudades lentas, nos sentemos a esperar que las ciudades del mundo
“desarrollado” regresen a nuestra velocidad. Entretanto podemos paladear una
buena comida preparada con cariño y productos de nuestra región, disfrutar de
una enriquecedora conversación, desarrollar con tiempo y gusto nuestros sueños
y proyectos.” Pero desde luego tenemos que conservar la posibilidad de ir
tambien a un McDonld´s, los que en Cali, afortunadamente, no están en la Plaza
de Caicedo. Escoger es una de las ventajas de las ciudades grandes.
Comentarios
Publicar un comentario