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Da pena. 12.08.2004


Cali se volvió sucia, ruidosa, desordenada, insegura y muy fea. Vulgar, frívola y ridícula. Con preocupante frecuencia sus alcaldes terminan en la cárcel y hoy parece que nadie viera por ella. Como si se tratara de un castigo, produce aflicción y dolor. Aquí todo son dificultades. Da vergüenza; pena, como decimos acá, y por supuesto no es una visión pesimista. 
          El hecho es que preferimos no mirar los errores del TransMilenio. En lugar de evitar repetirlos aquí, estamos agregándole al Mio unos mas. No es nuestro sino de los asesores brasileros que en contra de las recomendaciones de la Universidad Nacional insisten en pasarlo (mal) por la Calle 13 para no tener que repetir parte de su trabajo. Lo que da pie para que Metrocali, en contra de la recomendación del Plan del Centro Global, no estudie la posibilidad de juntar los dos sentidos por la Calle 15. Pero lo peor esta por venir como ya se comienza a ver en la construcción del primer tramo en la Carrera Primera. ¿Que tal hubiera sido lo mismo pero a seis metros de profundidad en la Calle 13?
          Cerramos los ojos a la proliferación en el norte de Bogotá de edificios innecesariamente altos y próximos, en lugar de limitar aquí sin excepciones su altura a siete pisos, aprovechando que aun estaríamos a tiempo. Cedemos ante la codicia de algunos promotores, la complicidad de muchos incautos que les compran y la mentalidad sub desarrollada de los que aun creen que esas “torres” de arquitectura mediocre significan progreso pese a que implican –con los carros- la destrucción de la ciudad tradicional.
No vemos que en la mayoría de los puentes peatonales es peor el remedio que la enfermedad, e insistimos en hacer mas en lugar de poner semáforos. No entendemos que estos no solo son para los carros si no para que los peatones puedan cruzar las calles por las esquinas con seguridad, y no corriendo peligrosamente. Seguimos sin ver que hay que ampliar los andenes dándoles los sobrantes que hay en las calzadas, por su absurdo trazado irregular, en donde de nada les sirven a los carros. Nos hacemos los de la vista gorda ante la descarada privatización del espacio público, que es ocupando e incluso construido.
Dejamos indolentemente que vallas y pasacalles nos sigan apabullando con un exceso de publicidad que con frecuencia ni se puede leer, pues se tapan unas a otras, y que no deja ver la ciudad ni sus bellos cerros, ocultándolos  con anuncios de artículos de consumo que la mayoría no puede adquirir y que muchos ni siquiera necesitan. ¿O será que nos reconfortamos con las fotos de las modelos que parece que lo que anunciaran fueran sus cuerpos siliconados? ¿Y que tal las antenas que reemplazaron las Tres Cruces y las que coronan la llamada Torre de Cali?
De seguir dando palos de ciego Cali seguirá inmersa en su mugre, cubierta de publicidad, agobiada por “torres”, sin andenes, invadido su espacio público y cercada por la inseguridad y la violencia. Pero no se deberá tanto a su carencia de recursos como a la pobreza de la educación ciudadana de sus pobladores (que no ciudadanos), a la improvisación y falta de cultura de sus dirigentes y a su acelerado crecimiento poblacional. De nada le servirán su clima benévolo, sus cerros bellos, su esplendorosa vegetación ni su hermoso rió. Necesitamos lo imposible: un alcalde que reúna lo mejor de Mockus y Peñalosa.


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