En nuestra condición de culturalmente
dependientes solo miramos, con una prioridad que nos es impuesta, la
arquitectura norteamericana, europea y japonesa; la del mundo desarrollado. Y
cuando nos ocupamos de lo “nuestro” apenas vemos la del sur de Suramérica pese
a que tenemos paisajes y sobre todo climas muy diferentes. Pese a que
compartimos tradiciones urbanas y arquitectónicas con argentinos, chilenos y
brasileros del sur, aquí vivimos es en el trópico. Para peor de males solo
vemos de las estrellas internacionales sus imágenes en revistas españolas, que
nos muestran solo lo que les interesa a ellos en su asenso hacia el mundo
desarrollado. A pesar de que hay buenas publicaciones en algunos de los países
con los que, al este y el oeste, compartimos geografías, historias y
circunstancias, nos son desconocidas.
Arquitectos como
Hassan Fathy en Egipto, Sir Geoffrey Bawa en Sri Lanka, Charles Correa y Raj
Rewal en la India, Sedad Eldem en Turquía y otros en Marruecos, Egipto y Corea,
Singapore, Indonesia son ignorados. Y por supuesto a Carlos Raúl Villanueva,
Jesús Tenreiro o Gorka Dorronsoro en Venezuela, Álvaro Malo o Luis y Diego
Oleas en Ecuador, Juvenal Baracco en Perú, Luis Barragán o Carlos Mijares en
México, Bruno Stagno en Costa Rica o Luiz Paulo Conde en Brasil no les damos la
importancia que deberían tener para nosotros. No buscamos variaciones
pertinentes a nuestras circunstancias; solo seguimos las formas del mundo desarrollado,
acostumbrados a que casi todo viene de afuera. Productos de la
transculturación, difícilmente la entendemos. Somos provincianos al tratar de
evitarlo.
Deberíamos mirar mas
las arquitecturas con las que compartimos tradiciones, climas y paisajes, construir
una teoría a partir de nuestras circunstancias, incluyendo (que remedio) las
influencias que nos llegan y eliminar lo superfluo. Nuestro trópico no es solo
el de selvas y calor; las diferentes alturas sobre el nivel del mar producen
aquí climas mas templados e incluso fríos pero que, a diferencia de los de
países con estaciones, permanecen con muy pocas variaciones a lo largo del año.
Sin embargo no nos interesan nuestros problemas ni sus soluciones: nos
contentamos con imitar formas ajenas. Despreciamos la arquitectura tradicional
–generalmente maravillosa- del mundo subdesarrollado pese a que compartimos con
ella antiquísimas costumbre, usos, climas, paisajes, problemas y recursos.
Desde luego estas inquietudes surgen de tanto en tanto
en las bienales y concursos pero se aceptan de manera insegura, mientras que la
gente común cae en lo meramente folclórico, lo que es peor. De otro lado,
recientemente se fomenta y publicita una supuesta arquitectura “joven” que
sigue las modas internacionales pero cuyos resultados no se critican pese a que
la mayor parte de las veces sus edificios pronto terminan siendo lamentables
con el paso de las modas. Entre líneas se la propone como una alternativa a la
muy pertinente arquitectura de Rogelio Salmona, imitando la pedantería y
oportunismo de muchos arquitectos latinoamericanos que han escogido como norte
el norte; o el cono sur, pero solo cuando su obsesión anti estaudinense los
lleva a buscar una latinoamericanidad que en arquitectura no existe. De
nuestras comunes lengua, religión y arquitectura de las que hablaba Fernando
Chueca Goitia solo persisten las dos primeras.
Comentarios
Publicar un comentario