Informaba El País el sábado pasado que
el Mio no “despegará” este año y la realidad es que en el próximo tampoco y
quien sabe el siguiente. Todo por querer pasarlo tal y como está concebido
(buses bi articulados de piso alto con anchas estaciones centrales y carriles
exclusivos) por donde no cabe como se ha venido sosteniendo inútilmente en esta
columna desde hace cerca de cinco años. Los buses articulados se diseñaron para
que circularan y giraran por calles estrechas pero para el Mio se escogieron
solo por su mayor capacidad pese a que esta se hubiera logrado a menor costo
con buses extra largos o de dos pisos pues sus rutas en Cali no tendrán curvas
reducidas. Seguramente en unos años el Mio funcionará y será mucho mejor que
los camiones carrozados de hoy pero a costa de quebrar negocios, demoler ciudad
a diestra y siniestra y talar los samanes de la Quinta, convirtiendo las
principales calles y avenidas de Cali en sosas vías sin el cacareado espacio
público peatonal que nos prometieron.
Pero en cinco años
mas también se producirá el colapso del sur de Cali. Y solo se podrá decir que
esta columna lleva diez años sosteniendo que el abandono del tren ligero por el
Mio fue un error, y cinco afirmando también inútilmente que lo del sur es aun
mas grave. Es el mejor ejemplo de la peor ciudad: aquella conformada únicamente
por sucesivos condominios cerrados exclusivamente de vivienda, y resultado de
la especulación privada del suelo agrícola que la rodea combinada con la total
falta de planeamiento serio por parte de las autoridades municipales. Su
repentina y excesiva densificación llevará
a la congestión creciente de las vías, la ineficiencia del transporte
colectivo y la insuficiencia de servicios, lo que ocasionará problemas
sanitarios y, especialmente, a la destrucción del paisaje natural. Será la
“Aguablanca” de los ricos, y no es paradójico que muchos de los responsables de
lo que hoy pasa en Cali vivan allí ni que allí estén las universidades,
llamadas supuestamente a orientarnos, pues todos se fueron al sur escapando,
precisamente, de lo urbano.
De esa ciudad que es
un “espacio acotado para funciones públicas” y ante
todo “plaza (ágora), discusión, elocuencia” como decía Ortega y Gasset. Pero es
que desde la Colonia no nos gustan las ciudades (ni la discusión) como lo
indican los continuos llamados de la Corona a los hacendados para que
construyeran sus viviendas en ellas, lo que acataron mientras continuaban
habitando sus magníficas casas de hacienda como se lee en El Alférez Real. Y
cuando Cali se volvió capital, sus mas pudientes comerciantes de inmediato
saltaron con sus nuevos automóviles al otro lado del Rió Cali a sus nuevas
villas a la penúltima moda mientras el centro abandonado se comenzaba a
destruir. Al principio fueron meras fachadas superpuestas a tipos tradicionales
pero después se recurrió a la demolición indiscriminada de una ciudad cuya
milenaria traza de calles paramentadas, plazas y manzanas de patios insistía,
como la lengua, en permanecer. Pero
cuando la ciudad se volvió negocio con las UPACS solo quedo la especulación
inmobiliaria ignorante e insensible actual.
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