El costo de todo el proyecto se calculó
inicialmente en 1.2 billones de pesos. La Nación aportaría el 70% y Cali el
30%, comprometiendo para ello las vigencias futuras de la sobretasa a la
gasolina. Pero el presidente saliente de Metrocali (van seis y pronto serán
siete) estima que faltan 2 billones más para poder cumplir plenamente con los
objetivos originales de brindarle a la ciudad beneficios urbanos, sociales y
ambientales, y prestarle un servicio con eficiencia, confiabilidad y comodidad.
Lo malo es que Cali no tiene el 30% que le correspondería. En consecuencia,
como afirma el arquitecto Juan Marchant (El MIO días antes del “cajón”
10/2007), una parálisis financiera podría dejar por un largo tiempo las obras
sin terminar y dañándose, como ya está pasando en la Primera y la Quinta, y la
ciudad semi desbaratada. Pero lo mas probable es que el proyecto solo sea
drásticamente recortado pues los negocios puestos en juego trataran de salvar
las inversiones hechas. De hecho los transportadores, a los que ya hicieron
adquirir los buses, acaban de proponer que el recaudo sea manual.
Igual que con los
Juegos Panamericanos de 1971 nos ilusionaron con un espectacular impacto urbano
que esta vez dizque le iba a cambiar la cara a la ciudad. Y lo grave es que el
Mio ni siquiera tendrá el cuarto de hora de éxito del TransMilenio, cuando sus
defensores a ultranza viajaban a Bogotá a “montar” en él, cosa que por supuesto
no han vuelto a hacer, y ni siquiera se dan por enterados de las quejas
repetidas de sus usuarios en la prensa. Como lo dice Marchant, el Mio nos lo
impusieron desde la capital y aquí lo aceptamos sumisamente. Los alcaldes y
directores de planeación solo han podido ser testigos mudos del desorden
causado en la ciudad pues, para rematar, su diseño técnico y financiero se le
entregó a una banca de inversión. Y casi nadie previo el daño que se le haría a
la ciudad al tratar de pasar por sus vías un Metro de superficie pese a que no
cabía bien en ellas, como se advirtió en esta columna desde el principio.
Lamentablemente y como insiste Antonio Caballero, las ciudades colombianas no
son serias (Semana12/11/2007).
Para enderezar a
tiempo el futuro del Mio lo mas y mejor posible, es necesario que recordemos su
pasado y nos enteremos críticamente de su presente. Primero que todo tenemos
que entender la importancia de la ciudad en tanto que artefacto, y cómo lo
social es inseparable del mismo. Ver que un Mio sin andenes amplios y llanos
que lleven a el es un despropósito. Que las calzadas no pueden quedar mas altas
que estos sin comprometer la vida urbana. Que es de lejos mejor tener semáforos
sincronizados que puentes peatonales que no se pueden usar y afean el espacio
urbano. Que los que sean imprescindibles tienen que tener ascensor. Que una
cosa son los samanes y otra la alameda de la Quinta. Que es peor hacer las
obras mal que no hacerlas. Que no todo lo costoso es bueno y que por lo
contrario hay acciones muy económicas que serian enormemente beneficiosas para
la ciudad. Que su belleza no es un lujo ni es prescindible. En fin, que se trata
de la calidad de la vida en la ciudad. Ya fuimos la sucursal del cielo y aun lo
podríamos volver a ser.
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