Tal parece que terminamos por olvidar
en Cali la gran importancia que nuestro Museo de arte moderno ha tenido para la
ciudad en el ultimo medio siglo. Ya nadie se acuerda de las bienales de arte
gráfico, ni del importante papel que jugaba en diferentes eventos ciudadanos
como los Festivales de arte, ni de sus significativas exposiciones que
convocaban a tantos caleños, ni de su valiosa colección, la que hace años no
hemos podido volver a ver. Y tampoco se conocen ampliamente sus actividades
actuales, ni la prensa se ocupa sistemáticamente de ellas como solía pasar
antes. Ni siquiera nos conmueve el deterioro creciente y lamentable de sus
edificios y zonas verdes. Es una vergüenza; no es si no pasar por allí y mirar.
¿O será que en esta ciudad desbaratada no se nota?
Pero no se trata apenas del
vandalismo nocturno que se ha vuelto incontrolable y del maltrato de sus
instalaciones en los últimos años, sino que las necesidades de planta física
del museo han cambiado lo mismo que su entorno urbano. Tal vez ha llegado el
momento de comenzar pensar en un nuevo derrotero para la institución, en cuya
formulación deberían participar los diferentes estamentos de la ciudad, y de
emprender en consecuencia una renovación total de sus edificios y espacios
libres. Y el proyecto arquitectónico que resulte debería ser producto de un
concurso publico realizado por la Sociedad Colombiana de Arquitectos, y desde
luego en su jurado debería estar el arquitecto Manuel Lago que en su momento
donó al museo el diseño de tres de sus cuatro edificios.
Pero antes es imprescindible
solucionar de una vez por todas su financiación permanente y estable. El Museo
no puede seguir siendo sometido a tener que ser alquilado para toda clase de
eventos, muchos de ellos incompatibles con sus funciones e instalaciones, con
el fin de obtener fondos, y que contradicen la imagen de importante centro
cultural que tenia antes en el país y el exterior. Tampoco puede ya atenerse
únicamente a la ayuda de un Estado cada vez menos comprometido con la cultura,
que no entiende que su eterna violencia es también consecuencia de sus
profundos problemas culturales y educativos, y no solo de los económicos,
sociales y políticos. Y por supuesto los museos –replanteados y renovados-
podrían jugar un importante papel en ese aspecto.
También sería muy conveniente
aclararle a la opinión pública cómo es su administración y estatuto jurídico
actuales, en la medida en que La Tertulia se inicio como una iniciativa privada
pero llevada a cabo principalmente con ayuda del Municipio y con recursos
provenientes de los impuestos de los contribuyentes, los que tienen no solo el
derecho de saber en que se invierten, si no también el deber de velar por que
se empleen bien. Igualmente es importante que se conozcan los esfuerzos que se
han venido haciendo últimamente para solucionar sus muchas carencias. Hay que
crear entre nosotros la conciencia de que solo con tetas no es posible que Cali
siga siendo la “sucursal del cielo” como se decía cuando se fundo La Tertulia.
El País esta en mora de hacer un amplio reportaje de su historia, situación
actual y posibilidades futuras.
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