Lamentablemente no
se trata de los conocidos peces, si no de esa insólita ola, monótona, tiesa y
morada, templada sobre el Río Cali, mal copiada de un adorno navideño de
Medellín, y que no la han destruido o robado toda pues todavía somos presos de
los espejitos y el oropel. Su propósito no es impedir que se moje el río, pues
ha arreciado el invierno, como dicen malévolamente por allí, si no que dizque
es para alegrarnos estas húmedas navidades. Que exceso; que despropósito. Como
si nos sobrara dinero. Y para instalarla pisotearon lo poco que había quedado
de las florecitas frágiles y abandonadas que la Cámara de Comercio sembró allí
el año pasado. Claro que muchos encontraran bonitos los peces que vuelan por
encima de la carpa, pero el punto es que el río no necesita de adornos si no
que lo protejamos de verdad.
Como
dice Raúl Sedano, biólogo del CIAT, “se usan nuestros impuestos para engalanar
una sección del Río Cali, […] con evidentes ejemplos de invasión del área
forestal protectora del Río, invasión del cauce, jardinería abusiva y obras
carreteables de ingeniería dura. Si de resaltar nuestro Río se trata, se hace
de modo inocentemente nocivo, pues en esta decoración se sobrepone lo vistoso a
la seria necesidad de reflexión por la protección del agua como recurso que
puede echarse a perder para la ciudad de Cali. Quizá en esta oleada decorativa
los peces de mentira simulan los que están casi extintos y de paso se cubre el
Río para ocultar la vergüenza de las autoridades que ayer y hoy siguen por
debajo de la altura que exige [su] manejo.”
Y con toda razón pregunta cuanto costó tal despilfarro y si se
recuperará revendiendo las “sabanas azules y pececitos descoloridos por el
sol”.
Que
mejor regalo de navidad para Cali que haber empleado ese dinero en un programa
serio para trabajar por los ríos que la irrigan, como
propone Sedano, incluyendo las laderas en donde la deforestación amenaza el
futuro hídrico y recreativo de los caleños. Es que la respuesta al déficit de
áreas verdes de la ciudad sin duda está en sus cerros. Deberían ser para Cali
lo que el mar para los puertos. Hay que ver no mas como se ve de bello
reverdecido por el invierno el de las tres cruces (pese a las treinta feas y
desordenadas antenas que las tapan sin que la jerarquía eclesiástica nunca haya
dicho nada de este pecado mortal), para entender el desperdicio y la amenaza
vital que representa para Cali el seguir ignorando lo que significa que la
ciudad esté a los pies de la cordillera.
Por supuesto que
también hay que adornarla para las navidades. Pero con discreción y buen gusto,
tal como se hacia hace medio siglo cuando solo se ponían luces en algunos
grandes árboles, los que no tendrían por que sufrir con el calor de las
bombillas pues las pequeñitas que hoy se consiguen son inocuas. Igualmente se
podrían iluminar edificios y lugares visibles y tradicionales, justamente como
se hizo ahora con el Puente Ortiz y La Tertulia. Antes las luces comenzaban
solo el día siete y aunque eran pocas, pues se trataba de una tradición
antioqueña, eran bellas velas de verdad. Hoy, junto con la bulla, la pólvora,
el desorden y la borrachera empiezan cada vez mas pronto sin ton ni son. Claro:
es que ni la ciudad, ni sus habitantes, ni el río, ni los cerros, ni los
imaginarios son los mismos. Y la imaginación tampoco.
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