Ojalá el ruidoso fracaso de Cartagena
les haga caer en cuenta a los vivos-bobos que compran vivienda en edificios
imprudentemente altos, que es toda una estupidez para ellos y un abuso para con
los demás. Pero, como se ha insistido en esta columna, no es tanto por su
altura misma, la que de por si trae diversos problemas, si no cuando también es
innecesaria o inconveniente para el vecindario en donde se construyen y desde
luego para la ciudad como un todo. Como en Bocagrande, pues tal parece que sus
promotores no van a cumplir con su increíble anuncio de desarmarla para
levantarla de nuevo (ya levantaron vuelo), lo que dijeron para tranquilizar a
sus clientes, echándole cínicamente la culpa al viento y al calculista. Pero
quizás haga falta que la Ciudad Heroica se quede con el “oso” de tener la ruina
mas alta, fea, oxidada y amenazante del mundo, para que, ahí si, las
autoridades municipales del resto del país abran los ojos antes y no después,
como de seguro ya lo están haciendo las compañías de seguros.
Además de problemas constructivos,
como lo de Cartagena, y de mantenimiento, los hay de seguridad, sobre todo en
zonas de alto riego sísmico, como Cali, y de evacuación de emergencia, en todas
partes, lo que encarece las torres comparadas con edificios de menor altura.
Los que serían además mas equitativos para los propietarios de lotes y mejores
para sus vecinos. Las torres copan la infraestructura de servicios y las vías,
las que después toca adecuar como se pueda. Alteran inconvenientemente la
densidad habitacional local, de un momento a otro, pero, en la medida en que
son pocas, poco contribuyen a aumentar significativamente la densidad bruta de
la ciudad. Y, en el trópico, difícilmente pueden ser bioclimaticas y
necesariamente consumen mas energía. En dos palabras, no son sostenibles.
Además, ¿qué gracia es habitar como en un avión pero quieto, como quieto, plano
y aburridor se ve el mar desde cierta altura, y sin poder abrir las ventanas ni
ver la gente ni el perfil de otros edificios como si en Manhattan? Sin duda es
negociar sin ética con la moda y el falso prestigio, tan caros a los nuevo
ricos.
Como se ya dijo en
esta columna, las altísimas torres que se van a construir en Cartagena son una
amenaza para la intimidad del recinto amurallado, supuestamente protegido por
ser Patrimonio de la Humanidad y básico para el turismo en el país. Y lo mismo
pasa en Cali con sus ridículas “torres”, pues ni siquiera lo son, que están
terminando con Normandía y que ahora la emprendieron con la parte alta de San
Fernando, tapando el piedemonte y la brisa que baja de la cordillera, y
saturando la Circunvalación. No es que no se puedan hacer edificios altos, solo
que deben ser apropiados para el lugar que ocuparan. En Cali, por ejemplo,
cabrían muchos a lo largo del corredor férreo, en donde se pude construir toda
la infraestructura que demanden, con vistas sobre la ciudad y al fondo la
cordillera y el atardecer, y al otro lado el valle y el sol naciente. Pero es
que quien decide no es la ciudad, a través de su Secretaria de Planeación, si
no unos pocos negociantes foráneos, cada uno por su lado además.
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