Repetía Ludwig
Wittgenstein (se ha dicho desde la antigüedad) que la arquitectura es para
inmortalizar o glorificar alguna cosa. “Así que mal puede haber arquitectura
cuando no queda nada para glorificar” concluía el celebre filosofo vienes y
arquitecto aficionado (Félix de Azúa: Diccionario de las artes, 2002). No podía
prever que aqui se trataría de “glorificar” el gusto arribista y dependiente
culturalmente que nos invade. Igual que los narcotraficantes tienen que lavar
sus dineros ilegales, esta nueva sub cultura de nuevos nuevo ricos,
lamentablemente asumida por muchos, busca ser reconocida ya vuelta puro
negocio. De ahí que algunas cementeras y no pocos “promotores y constructores
del momento” paguen para que se hable de grandes proyectos, aunque no tengan
nada que ver con ellos, y para que se publiciten “jóvenes” arquitectos de moda
pese a que rara vez ellos los contratan (informe especial: Construcción y
diseño, Semana Nº 273, 25/09/ 2006). De hecho los que están en el negocio inmobiliario casi nunca mencionan
a los arquitectos e ingenieros que si usan.
¿Cómo puede dicho “informe” destacar
como si nada un insípido pero aterrador edificio de 50 pisos en Cartagena junto
a la indudable importancia del Túnel de La Línea o la oportuna recuperación del
Centro Histórico de Santa Marta? Evidentemente el criterio para escoger los “10
megaproyectos del momento” tiene que ver mas con la publicidad que con la
construcción y el diseño. ¿Y cómo así que las constructoras (“no necesariamente
las mas grandes”), son reconocidas gracias al “desarrollo urbanístico” que han
llevado a las ciudades colombianas? La verdad es que muchas de ellas casi
siempre las han extendido innecesariamente con antipáticos conjuntos de
repetitivos y mediocres casas y edificios, encerrados como guetos, sin ocuparse
de hacer ciudad, cuando no ocasionando graves problemas de movilidad como
acabamos de ver en Bogotá. Para no hablar de las torres de Babel que harán no
solo en Cartagena, afectando su casco histórico, sino en Panamá, como si fuera
la gran cosa.
Contrasta la falta de
rigor del “informe especial” con lo que dice de Rogelio Salmona el articulo de
Alberto Saldarriaga incrustado allí para legitimar su condición de propaganda
pagada. Maestro de maestros lo llama con justicia, insistiendo en su vieja y
consistente defensa del espacio público, de la creación de ambientes
significativos y de la poesía de los edificios en el paisaje. Sin embargo los
“10 arquitectos de hoy” del informe no son, precisamente, seguidores de
Salmona. Afortunadamente, contrario a lo que allí se sostiene, no le están
“transformando la cara al país”, ni sus propuestas son “revolucionarias” ni
tendrían que serlo. Las ciudades son algo mas que unos edificios de moda que
pronto pasaran de moda. Lamentablemente los medios en general no se ocupan de
ellas seriamente como si lo hacen con otros aspectos de la cultura. No se han
percatado de que con el idioma, son la obra de arte más grande del hombre, como
dijo Lewis Mumford (La Cultura de las Ciudades, 1938). Y en ellas la buena
arquitectura común es fundamental. Y los monumentos de verdad, desde luego.
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