Excelente noticia la del centro
cultural alrededor de la Biblioteca Departamental y Museo de Historia Natural.
Pero su diseño ha sido asignado a dedo pese a que será financiado en gran parte
con el erario. Es esa costumbre tan nuestra de hacer cultura con el dinero de
los otros y de darle el trabajo a los amigos de los que se dicen maravillas sin
mucha evidencia. En Cali no parece importar que un buen concurso de
arquitectura facilita casi siempre un mejor edificio.
Hace
siglos Filipo Brunelleschi ganó el de la cúpula de Santa Maria del Fiore. En
1792 James Hoban el de la Casa Blanca de Washington. En 1835 Charles Barry el
del Parlamento en Londres. En 1860 Eduard van der Null y Agustt Scard von
Sicardsburg el de la opera de Viena, comisionada por Francisco José de Austria.
La de París, de 1860-61, encargada por Napoleón III, es de Charles Garnier, con
cuyo nombre se la conoce y quien había tenido solo el cuarto premio. El
Reichstag, en Berlín, de 1872-82, se comisionó a Paul Nallot después de una
segunda vuelta, y en 1992 fue remodelado por Sir Norman Foster luego de otro
concurso. La famosa Bolsa de Hendrik Petrus Berlage, en Ámsterdam, es de 1884.
Gustave Eiffel gano en París en 1889. El plano de Canberra, de 1911, lo ganó
Walter Burley Griffin, discípulo de Frank Lloyd Wright. De 1947 es la estación
Termini de Roma. Alvar Aalto ganó varios concursos que hoy son estupendas
iglesias, alcaldías o centros culturales. El mejor edificio de mediados del
siglo XX fue ganado en concurso por Jorn Utzon en Sydney y hoy es símbolo de
Australia. Lúcio Costa ganó en 1956 el del Plano Piloto de Brasilia y Jucelino
Kubitschek comisiono los principales edificios a Oscar Niemeyer, un gran
arquitecto reconocido y premiado internacionalmente. El Pompidou, de Renzo
Piano y Richard Rogers, es de 1970. El Hongkong and Shanghay Bank, de 1979, es
de Foster, quien gano también la Carré d’Art en Nîmes en 1984. El muy acertado
Grand Arche de la Défense, de 1982-83, lo ganó Johan Otto von Spreckelsen y lo
llevo al suicidio. Finalmente está el aeropuerto de Kansai, que ganó Piano en
1988, para no hablar de los muchos y mas recientes por todo el mundo a los que
es mejor darles tiempo.
También hay
equivocaciones. Como el Chicago Tribune, en 1922, y la Liga de las Naciones, en
Ginebra, de 1926, no por que no lo ganara Le Corbusier sino por que las
adelantadas ideas de Hannes Meyer y Hans Wittwer se quedaron en el papel, o el
Palacio de los Soviets de 1931. En el de Avianca se dejó de lado la interesante
propuesta de Fernando Martínez, Guillermo Bermúdez y Rogelio Salmona, y en el
del Centro de información turística y cultural que Peñalosa quería enfrente de
San Diego se le pidieron unos cambios imposibles al Primer Premio, que lo
hubieran asemejado mucho al Segundo, que era mejor, lo que posiblemente llevó a
que no se construyera.
Pero
lo peor aquí son esos “concursos” sin jurado, bases, ni compromisos, para poder
mezquinarle los honorarios a un arquitecto que ya ha sido escogido a dedo y de
paso copiar ideas, aprovechándose de los muchísimos arquitectos (35.000) que
hay en Colombia. Junto con las limitaciones del Consejo Profesional y la
Sociedad Colombiana de Arquitectos para regular la práctica de la arquitectura,
han llevado a dañar cada ves mas nuestras ciudades y a la prostitución de la
profesión.
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