“La arquitectura, una “piedra” en el
camino de los discapacitados” tituló El País (29/11/2006), de una manera
desafortunada, por decir lo menos, un informe sobre las llamadas barreras
arquitectónicas, que son otra cosa; y por supuesto el que en Cali no haya
andenes para todos es de lejos la primera y mas grave. La piedra en el camino
de los caleños, y no solo de los discapacitados, es, precisamente, la falta de
arquitectura. El trazado de las calles no es apenas un asunto de vialidad, cosa
que torpemente pasan por alto los que defienden los diseños urbanos del Mio,
muchos de los cuales además quedaran incompletos. El lapso refleja una
ignorancia muy preocupante por lo generalizada en una ciudad que por lo mismo
no vacila en elegir a un alcalde que ni siquiera la puede ver. Nada en los
medios de información locales sobre la última Bienal de arquitectura colombiana
y solo a veces algo folclorizante sobre el poco patrimonio construido que nos
queda, debido entre otras cosas a nuestra atrevida ignorancia de lo que son la
arquitectura y las ciudades.
De ahí que
las obras públicas recientes sean responsables de la fealdad de los nuevos
espacios urbanos, mientras que muchos de los tradicionales se han remodelado
mal o han sido reemplazados por una infraestructura vial improvisada y barata.
Los alcaldes populares, con apenas un corto período, sólo piensan en
“soluciones” viales a dos o más niveles que, además de ser adoradas por los que
ni siquiera tienen carro, se prestan para todos los diferentes tipos de
corrupción usuales hoy en día en el país. Y ahora están descrestados por los
sistemas de buses articulados, impuestos desde el gobierno central, que
privilegian el negocio sobre el servicio e ignoran las preexistencias urbanas
en nombre del progreso. Poco les importa que pasen por todo el frente de la
Puerta del reloj en Cartagena, o que acaben con la ultima de las cinco alamedas
que tenia Cali. Menos mal que en Bogotá
cada vez son mas los que se oponen a que pasen por la Carrera Séptima, pues
para mal pero también para bien todo lo copiamos de allá.
Otra cosa
es que la arquitectura mala, no la arquitectura, sea sin duda un impedimento
para las ciudades buenas. Muchos políticos y mercaderes (y ciertos lideres
cívicos, habría que agregar), más dedicados a la publicidad y el negocio que a
otra cosa, nos quieren hacer creer que las ciudades que habitamos son
fantásticas, cuando su realidad es muy otra, no es sino mirarlas (Jaime
Sarmiento: La arquitectura de moda, 2006). Se han rendido a un capitalismo
salvaje que llena las arcas de promotores, constructores y bancos, si es que no
son lo mismo, al tiempo que destruyen climas, paisajes y patrimonios
construidos. Nada les impide, por ejemplo en Cali, repartir en los municipios
vecinos su equipamiento urbano, para valorizar terrenos agrícolas. O destrozar
aun mas nuestros bellos cerros, que contaron con una vegetación como la que aun
se puede ver en el mágico bosque de niebla de Yotoco y en las riveras altas de
los ríos de la ciudad, desperdiciando imperdonablemente la oportunidad de tener
una ciudad abrazada a ellos, como lo son pocas en el mundo; que piedra.
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