La arquitectura reciente en Cali comienza a
debatirse entre los extremos a los que la ha llevado una especulación
inmobiliaria dedicada no tanto a construir ciudad como a “urbanizar” tierras
agrícolas o, directamente, a lavar dólares, apoyada en una posmodernidad mal
entendida y signada por la proliferación del mal gusto que genero la bonanza
del narcotráfico. De un lado, muchos arquitectos, olvidándose del clima, siguen
con oportunismo y facilismo las modas de los países con estaciones y recursos
que nos han penetrado a través de las revistas de arquitectura españolas, como
ha sucedido en casi toda Latinoamérica. Del otro están los que reaccionan pero
lo hacen con un folclrorismo solo seductor para aquellos que buscando un
remedio a la globalización caen en brazos de lo “nuestro”.
Pero poco a poco se
consolida un tercer camino. Es el de los que sensatamente quieren ajustar las
tendencias internacionales actuales a nuestras circunstancias, o los que
buscan, por lo contrario, la actualización posible de nuestras tradiciones. Y
especialmente están los que parten, siguiendo el ejemplo ético y no solo
estético de Rogelio Salmona -cada vez mas actual y acertado-, de que es
estudiando esas tradiciones del pasado y confrontándolas con las circunstancias
del presente, que se encuentra la mejor manera de definir unas determinantes
pertinentes para un diseño futuro que se ajuste a nuestra geografía a historia.
Esto nos permite, precisamente, una arquitectura de actualidad en el ámbito
internacional serio, sencillamente porque está centrada en su sostenibilidad,
en el sentido mas amplio, posmoderno y vital de la palabra.
Es el camino de
algunas obras paradigmáticas de finales del siglo XX en Cali, que desarrollaron
la exploración anterior de arquitectos como Heladio Muñoz, Rodrigo Tascón,
Germán Cobo y Rafael Sierra entre otros, y que es el mismo recorrido de unos
pocos y recientes trabajos en la ciudad centrados en el clima, la
sismoresistencia, la actualización de las tradiciones, la cuidadosa
preocupación por el entorno y el muy pertinente interés en el reciclaje de
construcciones existentes que otros, como si fuéramos ricos, no dudarían en
demoler, cosa que por supuesto los verdaderamente ricos no suelen hacer. La SCA
del Valle está en mora de identificar y mostrar estas búsquedas, como lo hizo
la seccional de Bogotá con su importante exposición sobre la arquitectura en el
país en los últimos 25 años, muestra esta que, además, debería traer a Cali lo
mas pronto posible.
Camino que también se
manifiesta en las escuelas locales con su preocupación, de unos años para acá,
por la historia de la arquitectura regional, premoderna y moderna, por el clima
como determinante de la arquitectura, y por su obligatoria sismoresistencia
aquí. Preocupaciones que ya rinden frutos en las recientes Pruebas de Estado. Y
en el descubrimiento de algunos jóvenes arquitectos caleños de obras como la
Sir Geoffrey Bawa en Sri Lanka, que tienen que ver mucho más con nosotros que
la de las estrellas internacionales con que buscan deslumbrarnos las revistas.
O en la constatación, por parte de otros, de equivocaciones fatales como el
falso antagonismo de los centros históricos con el reciente, voluminoso y
acelerado crecimiento de nuestras ciudades, lo que llevo a su innecesaria
desaparición en muchas de ellas.
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