Al contrario de lo que creemos sin informarnos bien, han sido muy pocas las sociedades democráticas. Tuvimos que esperar muchos siglos, desde las ciudades estado griegas y la república romana, a la creación de Estados Unidos y la subsiguiente Revolución Francesa. Antes, en todas partes, el poder, que se decía provenía de los dioses, era de mitos y reyes, y no de leyes y hombres, como quería Thomas Paine. Pero aunque la democracia se extendió rápidamente por todo el mundo en el siglo XIX, en el XX asistimos a la instauración de muchos estados totalitarios a base de votos. Desde el de Mussolini al de Chávez pasando por Hitler, tan dictadores como Stalin o Castro, que lo lograron a base de purgas uno y las armas el otro. Y hoy enfrentamos la combinación fatal del poder económico y el fundamentalismo religioso. Desde los petroleros interesados en la guerra en Irak y que impiden que se tomen medidas contra la contaminación de Co2 en California, hasta los que exacerban el Corán y financian el terrorismo islámico para afianzar su poder, igual que lo está haciendo ahora Chávez con las Farc.
Al principio la democracia era entre iguales, requisito básico planteado hace años por Nietzsche, pero fue la información, masivamente difundida gracias a la imprenta, la que permitió que la Ilustración, base ideológica de las actuales democracias, igualara a mas gente. Sin embargo es ahora la televisión la que las amenaza, como nos advierte convincentemente Al Gore (El ataque contra la razón, 2007). Estamos mejor instruidos pero peor informados. Leer y escribir son procesos que exigen un esfuerzo intelectual de razonamiento y una relación bi direccional entre escritores y lectores. Mientras que ver imágenes afecta principalmente las emociones y los mas primarios instintos, y en un solo sentido. Para peor de males únicamente el gran poder económico esta en capacidad de financiar sus costosísimos programas, por lo que los orienta a favor de sus intereses particulares y no hacia el bien común, vendiéndolos mediante una publicidad engañosa que busca legitimarse en la moda y la moral, incluso en la religión, y no en la ética y la razón.
Intereses que llevaron al calentamiento global y hoy amenazan las ciudades, en las que tendremos que vivir la mayoría, y la democracia. No en vano esta se ideó cuando los ciudadanos -pese a que las mujeres no eran consideradas tales- se pudieron reunir para debatir sus asuntos comunes. Ahora todos podemos votar pero ya no se discuten públicamente sus problemas, quedando el manejo de las ciudades en manos de los pocos en los que se concentra el poder económico, incluyendo aquí el del narcotráfico. Como sucede con la construcción, que es apenas el negocio especulativo de las cementeras, contratistas, constructores y terratenientes urbanos, y no considera la mejor conformación de las ciudades. Además nuestro mayor engaño suelen ser nuestras propias opiniones, como dijo Leonardo Da Vinci, y las que nosotros tenemos de ellas son funestas. De ahí la importancia de mejorar la información de los ciudadanos para que, argumentando, podamos salvarlas, y con ellas la democracia. Y, como lo cree Gore, el medio puede ser el Internet, hoy al alcance de muchos.
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