El hecho es que entre mas arquitectos menos arquitectura. Antes sólo la
había para los grandes: dioses, sacerdotes, reyes, príncipes y señores. Hoy a
cualquier cosa, en cualquier sitio, para cualquier uso, construida de cualquier
manera, con cualquier forma y diseñada por cualquiera, se la llama
arquitectura. Y mucha la premian, la publican las revistas de arquitectura y la
aplaude la prensa. Es su vieja relación con el poder,
el arte y el gusto, sólo que ahora son otros.
Avelina Lésper, en El fraude
del arte contemporáneo, 2015, impugna convincentemente la idea de que el
“significado” prevalece sobre las obras, cuestiona con ejemplos la enorme
distancia entre las propuestas y las obras, y señala el problema ético de la
copia. Y lo mismo sucede en la arquitectura contemporánea, al fin y al cabo
también arte, con la llamada “arquitectura espectáculo” en la que prima la
arbitrariedad de sus formas sobre el contexto urbano en el que se encuentra, y
es irresponsable su olvido de la sostenibilidad, en sentido amplio, y de la seguridad,
funcionalidad y confort.
Igual
que en Colombia, por ejemplo, a todo el mundo con algo de dinero o poder se le
dice doctor, a todo el que ha pasado por una de las muchas escuelas de
arquitectura que hay, se le dice arquitecto, aunque en las obras dejan que les
digan “ingeniero”. Pero como
dice el chileno Alejandro Aravena, Premio Pritzker de 2016, si en las
universidades entendieran que la arquitectura se trata de “construir, de la
mejor manera posible, los lugares donde la gente vivirá, habría otros cursos,
otros profesores” (EL Tiempo, Bogotá 13/03/2016). Como en Ithsmus, en Panamá.
La arquitectura es el arte y la técnica de proyectar espacios para
el ser humano, pues como insistía Rogelio Salmona no sólo es arte, según
distintas circunstancias geográficas e históricas. Edificios que generan
volúmenes que forman espacios urbanos que conforman ciudades. Técnica que incluye la construcción (materiales, componentes, elementos,
unidades, conjuntos, sistemas, tiempos y costos); la ergonomía (relación del
cuerpo con muebles y espacios); la proxémica (uso cultural del
espacio); la homeóstasis (cuerpo, psique y
medio ambiente); la climatización (control pasivo o activo del
clima); la acústica
(manejo de sonido y ruido); y la Gestalt (percepción
de formas, texturas y colores).
Ahora todos los que viven inevitablemente en ciudades (mas del 50%
en el mundo y cerca del 75% en países como Colombia), precisan de una
arquitectura mas ética y profesional. Que parta de las formas de los edificios
y ciudades del pasado, aun actuales, pero buscando nuevas soluciones para unas
construcciones de nuevo sostenibles y contextuales,
para no dañar mas el planeta, el paisaje y las ciudades existentes,
cambiándoles “la cara”, como tantos desorientados pregonan, en lugar de
mantenerlas “jóvenes” es decir, significativas.
Una arquitectura que
en el trópico, ya sea frío, templado o caliente, debe ser diferente a la de los
países con estaciones y desarrollados, pero que se imita por estar a la moda y
salir en las revistas. Y unos profesionales que se
ocupen de proyectar los espacios para la vida humana
(arquitectónicos y urbanos) según los diferentes climas, relieves, paisajes y
tradiciones de cada lugar. Que además sean construibles, habitables, seguros,
sostenibles, funcionales, confortables y emocionantes, adecuables fácilmente y
renovables y, finalmente, reciclables.
Comentarios
Publicar un comentario