La arquitectura y
la música son artes abstractas, y así como los sonidos naturales incluidos en
la música se convierten en música sin perder su esencia, la ornamentación en
los edificios y su amueblamiento son también parte de la composición
arquitectónica. Fundamental como en la casa del arquitecto peruano Frederick
Cooper Llosa en Lima: una larga nave de muros, suelos y cielos de cemento, con
un par de talentosos espacios: la entrada alrededor de una escalera girada 45ª
y un balcón triangular casi al final, todo lleno de finos muebles de estilo y
bellos tapices franceses.
Arquitectura y
música se piensan previamente para plasmar composiciones: partituras donde
están las instrucciones para interpretar cierta música, lo que casi siempre se
hace después, o proyectos, los que sólo unos pocos se construyen, donde están
todos los planos, detalles y especificaciones para levantar un edificio. Pero
mientras la música escrita permanece sin alteraciones, el sino de los edificios
es su permanente cambio como lo ha dicho Rafael Moneo, y en Cali su demolición
o su alteración, como insisten tercamente en La Tertulia poniendo grandes
avisos cubriendo la fachada lateral de uno de sus edificios.
Y por supuesto hay arquitectos
músicos, como Frank Lloyd Wright (Richland
Center, WI, 1867-1959 Phoenix, AZ) o Leopoldo Rother (Breslau,
Alemania 1894-1978 Bogotá) que tocaban violonchelo.
Gustavo Medeiros Anaya (Cochabamba, Bolivia 1939- ) es pianista,
pintor, escritor; y Fernando
Martínez Sanabria (Bogotá 1925-1991) era gran aficionado a la música clásica,
igual que Rogelio Salmona (Paris 1929-2007 Bogotá).
Y hay músicos arquitectos
como Iannis Xenakis (Bräila, Rumania, 1922-2001 Paris), uno de los compositores más
importantes de la música contemporánea, quien trabajo para Le Corbusier colaborando
en algunos de sus proyectos mas innovadores, como el Pabellón Philips, 1958, o Daniel
Libeskind (Łódź, Polonia, 1946- ) quien estudio música y llegó a ser un pianista virtuoso antes que arquitecto. Y tres de los cuatro
integrantes originales de la banda de Pink Floyd eran estudiantes de
arquitectura: Roger Waters, Nick Mason y Richard Wright. La arquitectura es
“música congelada” cavilaba en silencio Goethe o Shiller o Schopenhauer da igual.
Mas nada congelado fue el primer concierto de la
Filarmónica de Cali, el viernes 12, por lo que pinta bien la temporada de este
año. Aparte de la estupenda violinista Angélica Gámez y del carismático nuevo
director, Adrián Chamorro, y los nuevos músicos de la orquesta, que entre todos
hicieron que sonaran bien esas bellas sinfonías que compuso Mendelssohn de
adolecente y la “Italiana” ya adulto, hay que destacar el sesgo didáctico que
le quiere dar Chamorro, explicando partes de las obras que van a interpretar
después, como que se repitan sus conciertos quincenales en varias partes de la
ciudad.
Sólo falla la arquitectura de las
salas, comenzando por el Teatro Municipal cuyo espacio a la italiana no es el
mejor para escuchar una orquesta sinfónica, pues su platea originalmente estaba concebida para poder realizar también bailes en ella, y para peor
de males la del Municipal se bajó de nivel cuando se dedico a sala de cine a
mediados del siglo XX, como se puede ver en viejas fotografías. Inconvenientes
a los que se suman los que insisten en ver sus teléfonos “inteligentes”. Ojala Chamorro logre educarlos y que los conciertos se den en la
Sala Beethoven, cuya arquitectura es mas adecuada a la música.
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