Qué bueno que en los nuevos cementerios en lugar de grandes y costosas lápidas de mármol las tumbas tuvieran un árbol escogido por la familia para alimentar la memoria de su ser querido y apenas una discreta placa con su nombre y fechas, o sólo identificado por ‘su’ árbol en una placa a la entrada, o enterrado alrededor de un gran árbol, o un grupo de árboles, escogidos para cada familia. Así los cementerios se volverían verdaderos y floridos bosques que recuerden la vida y no sólo la muerte. Sería devolver a la naturaleza lo que nos ha dado a los seres humanos, y se podrían hacer muchos nuevos parques que fueran cementerios libres.
Los cementerios son muy importantes pero los parques lo son aún más por lo que cabría juntarlos como en muchas ciudades; ¿Quién no ha ido en París al Père Lachaise, o en Buenos Aires a La Recoleta, o al de Montevideo mirando al estuario del río de La Plata que allí ya es mar, o el de Colón en La Habana, o en Cartagena al de Manga, o en Manizales a su bellísimo cementerio, único en el mundo con vista a valles y cordilleras? Los cementerios son coetáneos de las ciudades o, a veces, sus inmediatos predecesores, y muchos aparecieron mucho más tarde en los arrabales o fuera de los muros cuando ya los difuntos no cabían debajo de los pisos de las iglesias o en sus criptas.
El ejemplo es el Skogskyrkogården, «Cementerio del Bosque» en Estocolmo, Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1994, en el que hay alrededor de 50.000 tumbas divididas en dos áreas. Una de ellas se conoce como el «Bosque del recuerdo» y en él se entierra a la gente de forma anónima, aunque cualquiera puede acercarse a dejar flores, y por la noche el paisaje es precioso, dicen, porque se encienden los faroles que va dejando la gente a modo de ofrenda, y su tumba más famosa es la de la actriz Greta Garbo. El autor de esta columna no lo conoce y a ella la conoció sólo en cine, pero se los imagina, como la recuerda a ella, de bellos colores y no en blanco y negro.
Que se entierre anónimamente a la gente y sin costosos ataúdes desde luego sería clave para que fueran solo parques. Al fin y al cabo muchos preferimos que nos recuerden vivos, y entre todos podríamos donar un florecido parque a la ciudad y que nos recuerden por eso; y por supuesto no son pocos los que no están en donde se dice que están enterrados. Y está la puerta falsa de las tumbas del Antiguo Egipto, un umbral entre el mundo de los vivos y el de los muertos, y que a través de ella una deidad o el espíritu del fallecido podían entrar y salir. Similar a los parques cementerios propuestos aquí en los que los muertos saldrían vivos: ramas verdes, pájaros y flores de colores y frescas brisas: bellos parques vivos.
Con 7600 millones de personas en el mundo es imperativa una alternativa a los hornos crematorios, que demandan energía y generan contaminación dejando solo cenizas. Y entender los cementerios como áreas arborizadas, y por supuesto habría que solucionar los eventuales problemas de contaminación del suelo y los de los cementerios actuales que ni siquiera se conocen. Recordando a Alejandro Casona, dejar que los muertos se entierren bajo ‘sus’ árboles para que estos mueran de pie, y no talarlos o quemarlos como ahora en el Amazonas. “Los bosques tienen, aparte de la especie humana misma, la más grande influencia en la estructura y funcionamiento del hábitat humano” (WCFSP, 1990).
Comentarios
Publicar un comentario