Es
esta que no guarda formas ni reglas, a cuya economía informal se suma la oculta por evasión fiscal o control administrativo, incluyendo el
narcotráfico. Cuyo transporte es en parte igualmente pirata, como muchas
conexiones a las redes de energía y agua, a lo que se añade el uso “informal”
de las calles en las que se circula en contravía o por los andenes o se estaciona
en estos, y los antejardines se convierten en “parqueaderos exclusivos” o se
los construye igual que los pórticos. Donde abundan las invasiones de terrenos
públicos o privados y se construye y destruye sin permiso alguno, incluyendo
edificios y casas supuestamente protegidos por ser de interés cultural, o se
les cuelgan grandes pancartas.
El
resultado es ese frankenstein de
formas del que habló Antonio de Roux en El País en días pasados
(29/05/2016). Es ese Prometheus moderno que se ha ido apoderado de la ciudad pero
sin siquiera proponérselo, lo que lo hace mas grave aún. Es el caos, un
desorden que viene de lo imprevisible, debido a la incapacidad de
considerar todas las variables que definen los acontecimientos futuros. Es esa
ciudad que tiene rápidamente muchos nuevos habitantes (“idiotés”,
como llamaban los griegos a los que no están integrados a la “polis”),
pero muy pocos ciudadanos que puedan ser considerados como
miembros activos de un Estado, titulares de derechos políticos, sometidos a sus
leyes y con una cultura urbana.
Pero,
como dice el diccionario, idiota también es el que carece de toda instrucción.
Por eso la urgencia de una educación cívica, comenzando por las autoridades,
como ya se ha sugerido reiteradamente en esta columna, incluyendo la urbanidad. Y que mejor
que leer de nuevo a Manuel Antonio Carreño (Caracas, 1812-1874 París), músico, pedagogo y diplomático venezolano, quien escribió su “Manual de
urbanidad y buenas maneras / de consulta indispensable para niños, jóvenes y
adultos”, en
1853 o 1859, publicado por entregas y que, de gran repercusión a
nivel mundial, se usó en las escuelas de Venezuela en las que tal parece no
estudió Nicolás Maduro.
El título del capítulo IV: “Del modo de conducirnos en diferentes
lugares fuera de nuestra casa”, lo dice todo respecto al uso de los espacios
públicos de las ciudades, principiando por sus calles que, en tanto parte de la
Patria, es aquella extensión del territorio gobernada por las mismas leyes que
esta. “Conduzcámonos en la calle con gran circunspección y decoro [donde]
nuestro paso no debe ser ordinariamente ni muy lento ni muy precipitado” (p.
139), mientras que en los establecimientos públicos “hay que abstenerse de
“levantar la voz” (p. 168), pues “nuestros deberes para con el público están
todos refundidos en el respeto a la sociedad” (p. 426), es decir, el respeto a
los otros.
Y el complemento a Carreño es
por supuesto el “Manual de civismo”,
2014, de Victoria Camps y Salvador Giner, y no sobra leer
“La república” de Platón y la “Política” de Aristóteles, pero si es
imperativo hacerlo con “La cultura de las
ciudades, 1938”, de Lewis Mumford, para no improvisar en su manejo, y
dilapidar buenas ideas o solo lagrimas, tanto desde lo público como de lo
privado, pues para hacerlo adecuadamente es preciso tener antes una “idea” de
ciudad, de ciudadano y de urbanidad; ese “conjunto de reglas que tenemos que
observar para comunicar dignidad, decoro y elegancia a nuestras acciones y
palabras” del que habla Carreño (p. 46). Una paz urbana de la que no habla el
acuerdo.
Comentarios
Publicar un comentario