Relieves, climas y
vegetaciones generan paisajes distintos, biológicamente vitales y que
culturalmente dan identidad y convivencia: paz. La arquitectura se les agrega y
los modifica, para bien o para mal. Son historias que cambian poco a poco con
las generaciones, o de improviso, como en Cali, quedando paisajes o edificios
como únicos testigos. Pero siempre juntos, o revueltos, extrañamente se miran,
nombran, analizan, muestran y enseñan por separado.
Paisajes naturales, si acaso con
alguna arquitectura vernácula; rurales, campesinos o agroindustriales extensos
y monótonos; suburbanos, cerca a las ciudades; urbanos, o sea los barrios
tradicionales y ensanches; centrales, el corazón de las ciudades
y su imagen; o históricos como los pequeños y viejos
centros fundacionales. Hoy para muchos los paisajes son casi siempre paisajes urbanos y habría que ver su
belleza y su papel en la memoria colectiva, y no apenas en la TV.
Paisajes, ciudades y edificios que cambian diariamente
con el paso del Sol, la Luna y las estrellas, y las nubes, la niebla, la
lluvia, la brisa o el viento; al amanecer, al medio día y al atardecer. Y a lo
largo de las estaciones del año, del invierno blanco por la nieve, la primavera
siempre verde, el verano algo amarillo de tanto sol, al otoño pleno de ocres y
sienas. Siempre en combinaciones infinitas, y vistos por personas diferentes en
momentos distintos de sus coloridas vidas, las que para muchos solo son grises.
En el paisaje está el zigurat de Ur
subiendo al cielo; las Pirámides en el desierto sin
fin; la Acrópolis coronando la polis ateniense; las calles de Pompeya o
Volubiles apuntando a la vista; las catedrales góticas en las ciudades
medievales; subiendo en Roma a San Pedro o en London a Saint
Paul's Cathedral; la Alhambra arriba de Granada, o el castillo en Castle Rock en Edinburgh, la Unidad de Le Corbusier en un bosque en Berlín; el Golden Gate
Bridge en San Francisco, el Palácio da Alvorada y atrás el lago de Paranoá en
Brasilia; o las rojas Torres del Parque en Bogotá, verdes cerros atrás y cielo
azul arriba o amenazantes nubes grises.
Pero igual la
arquitectura es el paisaje. El Partenón saliendo de los Propileos; entrando al
Panteón, Agia Sofía, San Pedro, a la mezquita de Córdova o a la catedral de
México, buscando los dioses; en los claustros medioevales o los de la Alhambra,
pues todos los patios son mágicos bajo el
firmamento infinito; mirando el
ancho pórtico del Altes Museum en Berlin, o el Capitolio Nacional en Bogotá; o
el Royal Cresecnt en Bath; o
recorriendo el paisaje en el Museu
de Arte Contemporânea en Niteroi, o en el Centro Cultural GGM, en Bogotá; o adentro o afuera en la Catedral de
Brasilia o en el Guggenheim de Wirght.
Y hay arquitecturas
que enaltecen el paisaje, como Mont Saint-Michel el mar o el skyline en New
York; o que lo reemplazan, como en Paris, Venecia, Ámsterdam o Brujas; o se
imponen en él como El Escorial o San Felipe en Cartagena o San Carlos de La
Cabaña en la Habana; o lo exaltan en Teotihuacán, Tulum, Pachacámac, Machu Picchu;
o que lo completan como en Porto, Lisboa, Istambul, Tánger, Rio, Cartagena,
Mompox, Villa de Leyva, Santa Fe de Antioquia, Popayán, Caloto, o San Antonio
en Cali, que no lo tapan ni lo destruyen sino que lo aprovechan.
Pero extrañamente en Cali se ignora su muy bello paisaje
andino de cerros, cordillera con farallones, y con extenso valle a sus pies, atravesado
por ríos que fueron corrientosos (ahora burdamente encajonados como el río
Cali). Y en este aun envidiable paisaje se insiste en edificar una arquitectura
puramente comercial y ya sin arte, que lo oculta poco a poco y que
elimina su variada vegetación, ceñida a técnicas de construir no siempre las
mas sostenibles.
Comentarios
Publicar un comentario