El edificio de 65 pisos que se
pretende construir en Bogotá sobrepasa en casi 30 la norma, sus aislamientos
están mal calculados, y los estacionamientos, pese a que su número elude las
exigencias vigentes, con un solo acceso
de 6 metros afectarían un sector ya congestionado. Además se omitió la
plusvalía y la ciudad dejaría de percibir una significativa suma. Semejante
ilícito está aprobado por una Curaduría involucrada en dudosas actuaciones, y
uno de los principales promotores está demandado en España por estafa (www.torredebabel.info).
Ya se manifestaron los arquitectos de Uniandinos y la Sociedad de Mejoras y Ornato
de Bogotá, y se suman mas
cuestionamientos urbano arquitectónicos a los de los arquitectos Willy Drews,
Juan Luis Rodríguez y Carlos Morales, además de que
estaríamos ante otro escándalo financiero similar a las “pirámides”, como
advierte este último, incluyendo a los que buscan lavar dineros, con el
resultado de nuevos damnificados seducidos por un enorme y mercenario
despliegue publicitario, incluyendo extranjeros que nos hablarán de “la nueva
arquitectura de Bogotá”.
Parece que ya olvidamos lo que pasó en
Cartagena hace unos pocos años con una
altísima torre que hubo que desmantelar
antes de que se viniera abajo, y aunque nunca nos informaron que pasó con los
que fueron estafados, sí que su promotor se había fugado. A diferencia de la Torre de
Babel, esta vez no habrá un Dios que para evitar la soberbia de los vivos que quieren alcanzar el
cielo, haga que los constructores comiencen a hablar diferentes lenguas (todos
mienten en Español o los traducen) y se dispersen por la Tierra (ya lo están).
No vemos que en las ciudades la
gran mayoría de los edificios no tienen por qué ser monumentos, los que suelen
identificarse por su significado y emplazamiento mas que por su tamaño, y ahora
burdamente por su altura. Además hoy
se construyen iguales por todo el mundo, y así es difícil reforzar una cultura
e identificar una ciudad (Juhani Pallasmaa, entrevista con Anatxu Zabalbeascoa, 2006). La sede
de una entidad bancaria, por ejemplo, no tiene motivo para ser un monumento,
aparte de su autopromoción, pero sí un paradigma de respeto a leyes y
costumbres.
Por eso en Cali es precipitada la
alegría por la construcción de un edificio de 17 pisos en un lote que lleva
años ocioso en el Centro de la ciudad, hoy muy abandonado, lo que es muy
conveniente, pero que casi dobla la altura de las construcciones que hay en ese
costado del Centro Histórico sobre el Río Cali. Cabe preguntarse con Horacio “¿De qué sirven las vanas leyes si
las costumbres fallan?” Lamentablemente aquí todavía nos seducen las alturas a
la que nos lleva el arribismo o la ignorancia, pero sobre todo el afán excesivo
de riquezas, la cupiditĭ.
Solo el
conocimiento de la geografía
e historia de nuestras ciudades, en tanto que
artefactos, permitirá mejorar su futuro para todos. Permiten un
"trasfondo meditativo" sobre lo propio, hoy ignorado como si
tuviéramos vergüenza de él. Y es urgente pues tenemos que re considerar climas
y paisajes, y hay muchas funciones nuevas sin imagen en nuestra memoria, que además están en ciudades
que hay que entender como obras de arte colectivo y no como una engañosa y
torpe suma de codicias.
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