La gran novela romántica de Isaacs, publicada en Santa Fe de
Bogotá en 1867, sin duda es hoy de interés para los habitantes del valle del
río Cauca, sobre todo para los nuevos, y las bellísimas descripciones de sus
paisajes deberían ser estudiadas por arquitectos, profesores y estudiantes.
Estos ya viajan a Europa o Estados Unidos pero poco conocen los paises vecinos
ni, vergonzosamente, los climas, paisajes y tradiciones urbanas y
arquitectónicas de su comarca. Podrían empezar viendo la reciente reimpresión
de la edición de María ilustrada con
fotografías de Sylvia Patiño (las anteriores se agotaron hace años), que además
ha realizado otra con su primera traducción al ingles, hecha por Rollo Ogden en
1890 y completada en 2012 por José Spitzer-Uribe. Es interesante como resuenan esos panoramas al leer en otra
lengua esas odas al paisaje y su papel en la vida de la gente, que Isaacs hace
visible.
“One afternoon, like those of my country, garlanded with the
mist of violet colors and sudden bursts of pale golden tints, beautiful like
María, lovely and transient as she was for me, she, my sister and I sat on
a large stone of the slope, from which we could see to the right of the deep
fertile plain, the bustling water of the river flowing, and having at our
feet the silent and majestic valley,...” (Jorge
Isaacs, María / A South American Romance,
1890, Cali, editorSPatino, 2012)
Partir de un acuerdo entre el clima, el paisaje y la
tradición, como recomendaba sabiamente Le Corbusier (Obra
Completa,1938-46, 1955) es fundamental para lograr una arquitectura apropiada y por
ende propia, con la que nos podamos identificar, enfocada a nuestros verdaderos
requerimientos y no simplemente a copiar insulsas modas importadas. Lo
nuestro lo es precisamente porque se basa en nuestros climas tropicales, que
son varios pero todos sin estaciones, en nuestros paisajes, que son diversos,
de montaña, piedemonte y planicie, y en nuestras tradiciones, que son tanto las
coloniales y campesinas como las modernas, pero que nos llegaron de Brasil a
mediados del siglo XX. Quien no lo entienda no puede componer proyectos
arquitectónicos que valgan la pena y perduren conformando una mejor ciudad, y
para entenderlos hay que estudiarlos y por consiguiente verlos y sentirlos
primero.
Y
por supuesto ayuda a “ver” esos paisajes leer en María que al atardecer las plantas
“exhalan sus más suaves y misteriosos aromas y en el fondo del valle arden en
la sombra negra y húmeda luciérnagas fantásticas”. Ambientes que tenemos que
recuperar pues aun hay aromas, nubes de colores, guaduales, ceibas y samanes, pájaros
diversos, sombras profundas y hasta luciérnagas en este valle entrañable,
fértil y majestuoso: solo perdimos el silencio y quedamos en manos de la
fantasía.
Por
eso tenemos que volver a tener una relación profunda con la alta cordillera que
nos respalda y la amplia planicie que nos rodea, que ya envidiarían tantas
ciudades, para recobrar una memoria que nos una e identifique pues, como dice
Agustina Bessa-Luis, la imaginación es precaria y frágil (El campo, memoria de las artes, 2004). “¡Ah! Those who
have never wept for joy as well: weep now in despair for fleeing adolescence,
because nor you shall love again!” nos previene Isaacs.
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