La reciente crisis económica mundial, estrechamente vinculada al negocio inmobiliario, en especial en Estados Unidos y España (que aun no sale de ella), es también un fracaso urbano y arquitectónico. Como anota Luis Fernández-Galiano (El País, Madrid, 02/03/2010), así lo indica el incierto futuro de la última de las cuatro pretenciosas torres recientes de Madrid -y lo mismo podría decirse del proyecto de un rascacielos en Bogotá, al que la frívola prensa local hace eco-, pero sobre todo la Torre Califa, en Dubái, que atrevidamente casi toca a Allāh, pero que acabada de inaugurar estará vacía y deteriorándose quien sabe hasta cuándo, y veremos que pasa con la Tokyo Sky Tree y la economía de Japón.
Desde la de Babel las torres han acompañado a las crisis. El Chrysler y el Empire State, las más altas entonces, y la Telefónica, en Madrid, el primer rascacielos europeo, a la del 30. El World Trade Center y la torre Sears, que batían el récord de altura, que aquí se disputaban Coltejer, la Torre de Cali y Colpatria, al ahogo petrolero del 73. Y la crisis asiática del 97 coincide con las Torres Petronas, en Kuala Lumpur. Además, como dice Fernández-Galiano, cada vez es mayor la conciencia de los riesgos del cambio climático y de la limitación de los combustibles fósiles. Y habría que agregar el temor a los edificios altos después del terremoto de Chile.
El carro permitió esos suburbios que degradan el paisaje. Y la arquitectura espectáculo, inseparable de la opulencia, pero sin la discreción de las ciudades que supuestamente admiramos, las contaminó con las formas extravagantes, de inevitable permanencia física y simbólica, de esos edificios que proliferaron en la pasada década a manera de "reclamo" urbano, imitando al Guggenheim de Bilbao. Como en Medellín el Parque y Biblioteca España, o en Panamá el museo de Frank Gehry, sin terminar, o esos edificios “de más de cien pisos” que se quedaron sin comenzar en ese “Dubái” del Caribe, o están desocupados como en Bocagrande en Cartagena.
La renovación del urbanismo, que algunos se apresuraron a ver en Dubái, quedó en nada con sus urbanizaciones abandonadas a medio construir, sus islas artificiales hundiéndose, y su crítica situación social por el desplome inmobiliario. Por lo contrarío, es en Masdar, en Abu Dabi, diseñada por Norman Foster, que Fernández-Galiano ve el retorno a la eficaz ciudad tradicional. Basada en la vieja ciudad islámica, es compacta, baja, y de patios y calles estrechas y sombreadas. Sin residuos contaminantes, y de bajo consumo de energía y agua, tendrá soluciones que les servirán a muchas ciudades para que vuelvan a ser sostenibles y contextuales.
Nuestra próxima tarea, como concluye Fernández-Galiano y previo el AIA hace años, será sobre todo reformar las ciudades existentes, rehabilitando edificios, regenerando barrios y recuperando paisajes, haciéndolas más compactas y no más altas, y con edificios más útiles y no más triviales. Tenemos que buscar un acuerdo entre paisaje, clima y tradición, como dijo Le Corbusier de su diseño para una residencia en el Norte de África (Obra Completa, 1938-46). Ojala en la Bienal Iberoamericana, próximamente en Medellín, se premie esta búsqueda que algunos ya habían emprendido hace tiempo; Fernando Távora y Rogelio Salmona, entre otros.
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