Demoler El Dorado, la cara digna del país por medio siglo, después de un costoso concurso para su ampliación y modernización, en lugar de hacer otro terminal, como en Madrid, México o Londres, o un muevo aeropuerto de carga, solo favorece a los interesados en el negocio, pronto y seguro, de la nueva obra. Insistir en Tibuya, construyendo de cero, con carretera y todo, un puerto para Antioquia pero pagado por todos los colombianos, ignora el futuro de Buenaventura y la biodiversidad del Pacifico. Un nuevo puente en Barranquilla sobre el Magdalena, demoliendo el actual, en lugar de ampliar el puerto al otro lado del rió, solo se explica por los intereses en esa costosa obra, que también sería pagada por todos los colombianos, y por la valorización de las tierras aguas arriba de esa ciudad.
Aplanar la bella topografía de las riveras del Pance, para hacer canchas de fútbol, fue una barbaridad, y lo sería aun mas hacer un acueducto que acabaría con la “playa” de Cali. Por lo contrario hay que preservarlo para la recreación ecológica. Hacer una nueva bocatoma en el Cauca para el acueducto, en lugar de comenzar a descontaminar todos los ríos de la ciudad, sería un error, tal como lo ha señalado el arquitecto Juan Marchan, similar al de suministrar agua de Emcali a las tierras al otro lado del Cauca, pese a que son las menos indicadas para urbanizar. Y como pertenecen a otros municipios, sería, además, contribuir a una megalópolis sin identidad y sin posibilidad de planeación ni gobierno centrales. Y lo único que faltaría es que se quede sin terminar como la Ptar.
Trastear el “basuro”, sin comenzar a seleccionar y reciclar las basuras, es ver solo un problema sanitario y no tambien de cultura ciudadana y sostenibilidad. La prolongación de la Circunvalación desde luego no fue un despropósito, pero sí su diseño y construcción y el permitir edificios altos que terminarán congestionándola y tapan el paisaje y la brisa. No haber usado el corredor férreo para la línea principal del Mío, en donde no había que comprar ni expropiar nada, y ni siquiera haber previsto su conexión con un tren de cercanías, es imperdonable. Como no ver el impacto negativo que eso ocasionó en el espacio urbano de la ciudad, contrarío a lo que se nos dijo; no es si no ir a la Calle Trece. Y ocultar que va costando el doble, dos billones (El Tiempo 07/04/2008), es tan irresponsable como decir que va a operar este año.
Vender el Club San Fernando fue un mal negocio para sus socios y todos los caleños. Fue continuar con la autodestrucción periódica de su identidad, que comenzó a principios del siglo XX, cuando Cali se volvió capital del nuevo Departamento, y se disparó con los Panamericanos de 1971 y ahora con la sub cultura narco que nos penetro a todos los niveles. No faltará otro negociante desalmado que piense repetir su triste historia. O la de la casa mal llamada de Jorge Isaac y ya olvidada, en El Peñón, que la están dejando caer poco a poco. Ojalá el colegio de la Sagrada Familia corra con mejor suerte. Pero por supuesto para poner a rentar nuestro patrimonio construido se necesita una sensibilidad, conocimiento de lo urbano e imaginación para los negocios, que por lo visto ya no existe aquí.
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