Pertinente
la columna de Andrés Hoyos (“Ecopragmatismo”, El Espectador, 12/05/ 2015) y como le dijo al autor de esta columna: “el urbanismo es
hoy y será en el futuro una de las disciplinas claves a la hora de reducir la
huella de carbono”. El punto es
que la tecnología aplicada a la construcción es clave, y debe combinar elementos
tradicionales y novedosos.
Mas el asunto es que, como anota Yubal Noah Harari (De animales a dioses, 2013, p. 41) “Cualquier cooperación humana a gran escala (ya sea un Estado moderno,
una iglesia medieval, una ciudad antigua o una tribu arcaica) esta establecida
sobre mitos comunes que sólo existen en la imaginación colectiva de la gente.”
En
este sentido, el patrimonio construido ha sido parte importante de las
ciudades, pero su mito en las colombianas, en tanto una meta de difícil
definición, se volvió el de reiterar un desarrollo, progreso o modernidad, que
no lo eran y que ignoran la huella de carbono, cayendo en la simple moda que
por supuesto no es algo sólo frívolo.
Además
son modas que cambiaron muy rápidamente antes de que esos Bienes de Interés
Cultural, BIC, lograran pasar a ser parte de una imagen colectiva entre los muy
nuevos habitantes de las ciudades que mas han crecido en el país, como es sobre
todo el muy notorio caso de Cali a lo largo del siglo XX, y en las que el tema
de su impacto sobre el medio ambiente no existe.
Por eso ahora, mas que en constructos o teorías, hay que
considerar en las ciudades la huella del
patrimonio construido, aprendiendo de el,
mediante una ecología basada a su vez en el propósito de reducir
la huella ecológica sobre el medio ambiente liberando cada vez mas a la
naturaleza de la presión de la economía <www.ecomodernism.org>, pero mediante una tecnología de punta y sobre
todo pertinente.
Una
que considere que en el caso de los edificios, que son los mayores
despilfarradores de agua y energía, en ciudades de clima cálido, cómo lograr
hacer mas eficientes los sistemas de climatización activa, cuando sean
estrictamente necesarios, mientras que en las de clima templado y sin
estaciones, bastaría con que ayude a disponer mas eficientemente su
climatización pasiva, en armonía con la naturaleza.
Por
ejemplo evitando con tejadillos el sol en las ventanas, y sobre los muros con
aleros, que las cubiertas tengan buena inercia térmica, que los cerramientos
dejan pasar la brisa, que se evacue el aire caliente mediante sifones térmicos
y, finalmente, orientando bien los edificios en función de todo lo anterior.
Lo
venía haciendo la arquitectura tradicional del valle del río Cauca, que sí que
era bioclimática, y cuya huella en la comarca insisten en retomar en clave pos
moderna (posmodernista es otra cosa) algunos arquitectos sin caer en el mito de
la arquitectura “verde” ni especular con ella, conscientes de las amenazas del
cambio climático, las que ya se comienzan a sentir en el país en la segunda
década del siglo XXI.
Asuntos
de los que deberían hablar los candidatos a la Alcaldía de Cali; del futuro de
su urbanismo y su huella de carbono. Esa totalidad de gases de efecto invernadero (GEI) emitidos directa o indirectamente por las ciudades, y cómo
implementar una estrategia para su reducción a través de programas, públicos y
privados, principiando por la técnica de la arquitectura de sus nuevos
edificios.
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