El último libro del historiador Yubal Noah Harari “De animales a dioses
/ Breve historia de la humanidad” 2014, a mas de muy interesante y agradable de
leer, deja muy importantes preguntas. “A lo largo de la últimas décadas hemos
alterado el equilibrio ecológico de nuestro planeta de tantas formas nuevas que
parece probable que tenga consecuencias nefastas […] en una orgía de consumo
temerario” (p. 415).
¿Utilizaremos el gran adelanto científico técnico de las últimas décadas
para mejorar la calidad de vida de cada vez mas gente, o para seguir acabando
con los recursos no renovables, el agua dulce y la biodiversidad, maltratando
animales, talando selvas, contaminando la atmosfera, afectando polos, glaciares
y nevados, y poniendo en peligro de inundación a las ciudades costeras?
Pero ¿qué es mejorar la calidad de vida? y para qué. En últimas ¿qué es la felicidad?
Como
dice Harari (p. 434) “La mayoría de los libros de historia […] no dicen nada
acerca de cómo todo [lo que estudian] influyó sobre la felicidad […] de los
individuos [siendo] la mayor laguna en nuestra comprensión de la historia, y
sería mejor que empezáramos a llenarla”.
Por lo pronto, y mientras que seamos tantos (ya mas de 7.000 millones y
cada vez mas), tenemos que obligatoriamente vivir en ciudades, y en ellas una
mejor calidad de vida, y en últimas la posibilidad de ser felices, estriba en
el respeto por los otros; en dejar el individualismo y tener conciencia de
vecindario, de comunidad, de ciudadanía.
Que los vecinos no perturben la privacidad de los otros con su ruido,
así sea música, sus ventanas
indiscretas, sus luces no deseadas,
ocupando antejardines y andenes, haciendo sobre elevaciones sin permiso
y modificando sus fachadas con formas o terminados extraños al entorno
preexistente. Que los edificios mas altos e indispensables, dejen aislamientos
por todos sus lados y por lo tanto presenten fachadas similares en todos ellos.
Que no se modifiquen en las calles, manzanas y barrios sus usos,
aislamientos y alturas sin que al menos estén de acuerdo la mayoría calificada
de los vecinos. Que no se permita, usando el impuesto a la plusvalía, que se
demuelan casas para hacer edificios que se demuelen para levantar rascacielos
al lado de lotes de engorde, para beneficio económico de unos pocos.
Pero igualmente que los ciudadanos acepten la compra de sus propiedades
por el Municipio cuando los cambios sean para beneficio del barrio, el sector,
la ciudad o su área metropolitana, y que este expropie, si es del caso, pues
toda propiedad privada debe cumplir con una función social, en este caso a
cambio de un trasteo, desde luego el menos traumático posible.
Que los municipios brinden un adecuado sistema de transporte urbano y
regional publico, que integre diversos medios, desde trenes hasta bicicletas,
tanto públicos como privados, bajo una sola autoridad de carácter permanente e
independiente de los alcaldes de turno.
Finalmente, que se hagan andenes amplios, llanos y sin obstáculos, y
arborizados, diseñados y construidos por el Municipio y no por los particulares
como se les de la gana. Al fin y al cabo, como dice Harari: “Otro rasgo humano
singular es que andamos erectos sobre dos piernas” (p. 21). ¿Será mucho pedir
que los funcionarios municipales se bajen de sus carros oficiales y traten de
caminar por Cali?
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