Con esa fascinación que se tiene
aquí por los falsos neologismos, ahora se ha dado en llamar “postconflicto” a
lo que no es otra cosa que la continuación de las tendencias y contradicciones
que durante décadas generaron trastornos violentos en el campo y ahora en las
ciudades; es decir, su conflicto. Es que se pasa por alto que si muchos de los
asuntos de los que se habla para “el después”, se hubieran resuelto antes, no
hubiera habido conflicto en el campo, y de ahí que hay que resolverlos ya en
las ciudades, aunque desde luego la derrota de las FARC ayudaría mucho. Porque
la verdad es que en las ciudades no hay paz, comenzando por su inseguridad,
pasando por lo precario del transporte público y tránsito, que ahora llaman
movilidad, ignorando a los peatones, y terminando por su ruido.
Pero la
paz en las ciudades, esa situación y relación mutua de quienes no están en
guerra, no se logrará si antes no se entiende que sus problemas no son apenas
los acontecimientos que suceden en ellas, sino también los propios del
artefacto mismo: la ciudad, del latín civĭtas, que, como dice el DRAE, es un
conjunto de edificios y calles, regidos por un ayuntamiento, cuya población
densa y numerosa se dedica por lo común a actividades no agrícolas. El caso es que los medios apenas informan de
lo que tiene que ver con los espectáculos, la farándula, los deportes y sobre
todo los crímenes y robos; y claro, la politiquería que no la política. Y
paginas enteras de promoción de carros, autopistas que no lo son, puentes
vehiculares, en lugar de andenes y semáforos, y viviendas mal diseñadas y peor
ubicadas. Justamente los mayores enemigos de las buenas ciudades; como París,
no por decir algo sino mucho.
Pero
para entenderlo a cabalidad hay que pensar con la “inteligencia del futuro”
como la llama Howard Gardner (Umberto Galiberti: Los mitos de nuestro tiempo, 2009). Que incluye la inteligencia
disciplinar, que permite diferenciar lo
verdadero de lo falso, lo real de lo fantástico o místico, lo abstracto de lo
concreto. La inteligencia sintética que permite, de informaciones diversas,
llegar a una síntesis unitaria, sin la cual sencillamente no hay inteligencia,
como afirma Gardner. Igualmente, son imprescindibles una inteligencia respetuosa
de lo diverso y de los otros, y por supuesto una inteligencia ética en todos
los campos, desde lo económico, social y profesional hasta lo político y
cultural, incluyendo al arte, claro; o ahora al artista, como lo aclararía
Marcel Duchamp.
Y
la inteligencia creativa, que lleva a invertir los
términos de un problema, como en la ilustrativa anécdota de
Gauss (1777-1855), el gran matemático, cuando a
los siete años resolvió rápidamente la suma del 1 al 100, pedida por el
profesor, sumando el 1 no con el 2 si no con el 100 y el 2 con el 99 y el 3 con
el 98, encontrando que cada par suma 101, lo mismo que 50 mas 51 y 49 mas 52,
deduciendo una constante y que los 50 pares por 101 da 5.050 (Stephen Hawking: Dios creó los números, 2005). Por
eso hay que ver el futuro inmediato como la guerra en las ciudades a la
concentración de la propiedad privada del suelo, aplicando la plusvalía; a su
“inmovilidad” haciendo andenes; al desperdicio de energía y agua potable,
cobrándolo y no sólo su consumo; y al ruido urbano, educando a la gente.
Comentarios
Publicar un comentario