Decía Einstein
(Mi visión del mundo, 1930) que los
ideales que siempre iluminaron y colmaron su vida fueron “bondad, belleza y
verdad.” Por supuesto se refería al altruismo, el arte y la ciencia. A
procurar el bien ajeno aun a costa del propio. A amar las cosas que infunden
deleite espiritual, como la naturaleza y las obras literarias, musicales y
artísticas (como lo son las ciudades). Pero no a esa verdad de la
conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente, de lo que
se dice con lo que se siente o se piensa, siempre la misma y que no se puede
negar racionalmente. Su verdad era la de la ciencia, relativa y no absoluta, la
de un horizonte al que siempre se aspira llegar, la que es posible intentar demostrar que es falsa, como la define Karl Popper (La lógica de la investigación científica, 1934).
Pero
insistir entre nosotros en la verdad, incluso la ya intuida por todos, en lugar
de permitir que se tape, con frecuencia conduce a la muerte. Lo demuestran los 139 periodistas asesinados en los últimos 34 años (El Tiempo
05/07/2013). No sólo por sus respectivos y con frecuencia impunes asesinos,
sino también por los que los mandaron y pagaron para que los mataran, e igualmente por todos a los que le convenía
en algún grado esa muerte. La verdad es que este es un país violento y mentiroso, como
corresponde a su cultura permeada ahora toda por lo mafioso, y que es
financiado en buena parte por el narcotráfico. De ahí que sea común la indiferencia criminal de mucha gente
que vive escondida hipócritamente en el anonimato, tirando mentiras –incluyendo
argucias de leguleyos- y escondiendo la mano.
Por
lo anterior, la libertad de opinión no puede ser el facilismo cómodo de
permitir el libertinaje de decir mentiras detrás de un anónimo. Como
lamentablemente lo son buena parte de los “comentarios” a las opiniones
–fiemadas- de los columnistas en los medios de comunicación del país, los que
aceptan aunque no cumplan con sus propias reglas. Pero si bien es cierto que es
costoso, mas que complicado, tener editores las 24 horas del día,
incomprensiblemente algunos periódicos publican comentarios “firmados” con
seudónimos, tontos por lo demás, en sus ediciones en papel. Mas también es verdad que entre tanta mentira que dicen,
groseramente muchas veces, hay verdades interesantes y sin duda importantes
para columnistas y lectores, igual que aclaraciones, complementos y
correcciones desde luego bienvenidas y necesarias para todos.
La
solución es volver a las cartas al Director, debidamente firmadas y con cédula,
pues nada se saca con que los individualistas y anónimos ”foristas” tengan sus
nombres registrados en una base de datos (e incluso en la Policía y por
supuesto en la NSA). Lo que se necesita es que
respeten el altruismo que debe motivar a todos y la corrección y belleza de la
lengua con que se expresan columnistas y comentaristas, y que se basen en
opiniones sustentadas o al menos informadas. El anonimato lleva pronto y
fácilmente a la bajeza, la grosería y la estupidez, cuando no a la alegoría del
crimen, e incluso al crimen mismo, como ya ha pasado. Por lo contrario, la
opinión o el comentario, con nombre y cédula, ayudan a encontrar la verdad, así
sea parcial, pero con arte y altruismo, y pone contra las cuerdas a la simple
idiotez.
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