La
propiedad del espacio urbano público, EUP, es del Estado, quien es el único que
debe diseñarlo, construirlo, mantenerlo, dar las normas para su uso y controlar
que se cumplan. Está conformado por todos los diferentes tipos de calles,
plazas, explanadas, parques y zonas verdes. Y por eso igualmente debe dar las
normas para las construcciones que las conforman, tanto para su uso permitido
como también para sus alturas, retrocesos y aislamientos e incluso para la
adecuada composición de las fachadas, y entender que la arquitectura no es sólo
para los edificios sino igualmente para las ciudades.
Lo
anterior debería ser la base de una pertinente educación cívica desde la
escuela que lleve a una cultura urbana que no sólo favorezca la convivencia de
los ciudadanos, sino que contribuya también a una mejor calidad de vida.
Lamentablemente nada de lo anterior se cumple en Cali, una ciudad en la que sus
habitantes, ante la escasa presencia del Estado, hacen en el espacio urbano
público lo que se les da la gana y sin considerar a sus vecinos, como si la
calle que esta justo en frente a su propiedad fuera privada y suya.
Además
los peatones caminan por las calzadas, o tienen que hacerlo, pues los andenes
son insuficientes y en mal estado, muchos de ellos alterados o construidos por
particulares, y los carros se estacionan en ellos. La plaza principal se
convirtió en un parque y los parques se confunden con zonas verdes y estas no
lo son de verdad en tanto conservación de la vegetación local. Las normas
urbano arquitectónicas, además de confusas, obsoletas, repetitivas o
contradictorias no se cumplen, y los usos del suelo no se respetan pasando por
encima de los derechos adquiridos de los vecinos.
El
control de la ciudad y de los ciudadanos es totalmente insuficiente, como
insiste Nicolás Ramos, ex Presidente de la SMP-Cali, principiando por la
carencia de un verdadero plan urbano arquitectónico a largo plazo, y la falta
de una suficiente y bien formada policía municipal. Todo lo cual, junto con la
rapidez con que crece la ciudad, dificulta la lenta formación de una cultura
urbana propia, como la que aún se encuentra en algunas ciudades intermedias
–las de mejor calidad de vida en el país- y en muchos pueblos pequeños, y de arquitectura
que mejora el espacio urbano público y que además lo amplia, o que no altera el
paramento de las calles.
Como lo recuerda el arquitecto Álvaro Erazo, “en Nariño sobreviven las
plazas gracias a la Chaza. En Pinzón, un pueblo cercano a Túquerres aún la
plaza es en tierra y el día domingo se convierte en mercado con sus toldos
blancos hasta el mediodía, a esa hora los vendedores empiezan a recoger y asear, a las 2:00 pm está
nuevamente despejada y limpia para que el resto de la tarde sea el escenario de
ese juego (no deporte) tradicional que reúne al pueblo entero en una especie de
rito semanal” y así hay otros buenos ejemplos.
Vale, pues, evocar de
nuevo lo dicho por la editora y fotógrafa Sylvia Patiño: “Cali era mas ciudad
cuando era pueblo” y de ahí el que se debería orientar a conformar pequeñas
ciudades dentro de la gran ciudad, creando una inaplazable área metropolitana
desde Jamundí a Yumbo. Serían, además de dichas poblaciones, el Centro
ampliado, el Norte, el Sur, el llamado Distrito de Agua blanca, y el Lejano
sur, unidas por el corredor férreo, actualmente un enorme y prometedor espacio
urbano público, irresponsablemente ignorado por el Estado pero no por los
particulares que lo invaden.
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