Como se dijo en esta columna (06/10/2005), cuando finalmente se inaugurara el MÍO podríamos ver que sería “mejor que los camiones carrozados que hoy hacen de buses”, y comprobar que Cali puede tener un transporte público mucho más eficiente, seguro, limpio, silencioso, cómodo y agradable, similar al de cualquier urbe que se precie de tal, y entender su importancia. Pero también se advertía “que el destrozo de la ciudad permanecerá por décadas”, y ya es evidente en la Calle 13 por la terquedad de no pasar los dos sentidos del sistema juntos por la 15, como se propuso en el Plan del Centro Global de la Administración pasada. Pero también en la Calle 5 con los absurdos y peligrosos carriles que se juntan y separan, a diferentes niveles, de sus calzadas laterales, las que evidentemente son insuficientes y cuya ampliación costará los últimos samanes de la bella alameda que tuvo a todo su largo. Y por supuesto no hay motivo para pensar que el MÍO no sufrirá los mismos graves problemas que desde hace un tiempo afectan al Transmilenio en Bogotá, pero que aquí preferimos no ver.
Es que lo que está en cuestión es la posibilidad misma de tener un ‘metro de superficie’ como el de Curitiba de hace más de tres décadas, y que fue el modelo que tomó Bogotá y que el Gobierno central extendió precipitadamente a varias ciudades del país sin considerar sus circunstancias. Además ni siquiera se actualizó (J. A. Sant´Anna, Autobuses urbanos, 2002). No se usaron buses articulados de piso bajo, que pueden circular por cualquier calle, como en todas partes, ni el control electrónico en los buses mismos, hoy común en ellos, por lo que se tuvo que recurrir a costosísimas estaciones (casi mil millones cada una) que invaden el espacio urbano por donde pasan, pues necesariamente son altas, y además muy anchas y largas a diferencia de las muy discretas de la ciudad brasilera. Y por supuesto el sistema no podrá tener una cobertura del 90% de la ciudad, como insisten en afirmarlo los ocho sucesivos presidentes de Metrocali, “sin ponerse colorados”, como dice el arquitecto Juan Marchant, pues simplemente no sucede en ninguna ciudad del mundo.
En todas las grandes ciudades el principal componente de su sistema integrado de transporte público es el Metro, cuyos trenes son la única posibilidad de que sea de verdad masivo. Aquí su línea principal podría ser toda de superficie, por el corredor férreo, por lo que su costo no sería tan alto, lo que sin embargo fue la disculpa para desechar de un día para otro el proyecto de un tren ligero, ya muy adelantado, y que evidentemente en unos años será la única salvación del MÍO. Ahora lo llamamos tren de cercanías, pero sería similar al que hasta mediados del Siglo XX era apenas un pequeño tramo del Ferrocarril del Pacifico, de Yumbo a Jamundí, (que se usó como transporte urbano durante los Juegos Panamericanos), el que había llegado desde Buenaventura a la pequeña nueva capital, y al Valle todo, medio siglo antes, iniciando su acelerada y masiva transformación. Pero al parecer Cali, ya muy grande, es incapaz de volver a tener lo que ya tuvo, y nos contentamos con ‘cambiarle la cara’ sin recordar lo bella que fue, pues la mayoría de sus habitantes actuales no la conoció.
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