Mientras que la inseguridad campea en nuestras ciudades y la gente usa como se le da la gana sus calles y construye como a bien tenga, muchos funcionarios del Estado, del Presidente para abajo, dilapidan tiempo, dinero y esfuerzos en tratar de imponer sus creencias a los demás, como lo señala Enrique Santos Calderón (El Tiempo, 15/03/2009), olvidando que en tanto tales deben respetar el libre desarrollo de la personalidad consagrado por la Constitución. Como ciudadanos tienen todo el derecho a ir a misa, no suicidarse, no donar sus órganos, dejar para después “el gustito", casarse, no abortar ni hacer control de la natalidad, no usar condón, eludir todo lo que no sea heterosexual, y no meter su dosis personal de marihuana, pero no a tratar de que pensemos como ellos. Tiene toda razón Héctor Abad cuando reclama en su columna ”emarihuanada” (El Espectador, 15/03/2009), la libertad de hacer con nuestro cuerpo y cabeza lo que queramos a condición de que no afecte a los demás, tal como lo querían los liberales ingleses desde el siglo XIX.
Además, el verdadero problema de drogadicción está es en Japón y Europa, y sobre todo en Estados Unidos en donde los hechos de violencia en las ciudades han disminuido en los últimos 20 años, mientras que se ha disparado el número de personas en prisión por vender o consumir drogas, al punto de que uno de cada 99 adultos está preso, más que en China, con una población cuatro veces mayor. Pero al mismo tiempo en California se ha despenalizado de hecho el cultivo, comercio y consumo de marihuana, como lo dejó en claro Daniel Samper (El Tiempo, 15/03/2009). Para Carlos Ball, Director de la agencia Aipe, algo anda muy mal allá y piensa que tiene que ver con la guerra contra las drogas y la multiplicación de leyes y regulaciones a propósito, y cita a Adam Gelb, directivo del Pew Center, quien señala que “ponerse duro con los delincuentes ha significado ponerse duro con quienes pagan impuestos'”, y al senador Bernard Sanders para el cual el hecho de que se desvíen fondos de la educación a las cárceles “refleja una distorsión de las verdaderas prioridades'”.
En Estados Unidos han realizado millones de detenciones por drogas, sin hechos de violencia, sin que se reduzca su consumo pero si convirtiendo a miles de jóvenes en delincuentes. La prohibición hace que además de drogadictos sean también criminales. Por eso intelectuales como Noam Chomsky o Milton Friedman apoyan la legalización, pues los problemas médicos y sociales de los drogadictos nunca se solucionarán convirtiendo en delito el daño que se hacen a sí mismos. La legalización permitiría tratarlos como un problema de salud pública y concientización y eliminaría las millonarias ganancias que financian a las FARC y corrompen autoridades y políticos, en lo que tanto ha insistido Antonio Caballero. Preocupa que no aceptemos que la guerra contra las drogas fracasó, y que estemos mas interesados en perseguir inútilmente su transito que en castigar el terrorismo, secuestro, asesinato, chantaje y corrupción asociados al mismo. Que no se vea su fatal influencia en nuestra cultura, sociedad, política y economía, y que es por eso que la gente hace en nuestras inseguras ciudades lo que le da la gana.
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