“Con la conquista del fuego nacen las artes, al menos en el
sentido griego de técnicas y, por consiguiente, el dominio del hombre sobre la
naturaleza“ señala Umberto Eco, “pero la experiencia del fuego se expone a ir
reduciéndose cada vez más” (A hombros de gigantes, 2018, p.151 y 131). Sin
embargo lo que perdura (o debería) es el hecho de que la llama es bella y
variada, como lo es en una chimenea o en una sencilla vela, y de ahí que en la
noche sea mejor cenar con velas y no solo comida: esta, y los comensales, se
ven mas bellos y variados. Y algo similar sucede con la arquitectura, pues es
la luz la que la hace ver, y la que le da belleza y variedad a sus diversos
ambientes.
Las cubiertas inclinadas y a base de elementos pequeños son
variadas y bellas, como nuestras techumbres tradicionales desde cuando los
colonizadores españoles pronto realizaron que las azoteas en el trópico
lluvioso no funcionaban bien. Como tampoco las cubiertas planas de la
vulgarización de la arquitectura moderna, que ni siquiera se pueden ver ya que
solo es posible desde lo alto de los edificios vecinos. Porque desde luego otra
cosa son las azoteas, a las que los mas reconocidos arquitectos modernos
pusieron algo en ellas, como Le Corbusier, un jardín, pero Mies van der Rohe no
tuvo que hacerlo en la casa Farnsworth pues el bosque se ve sobre ella, y
Wright sencillamente no las hizo.
Las paredes de piedra, ladrillo, bloques de cemento u hormigón
abujardado son de lejos más resistentes además de variadas y bellas. Pero
también lo son las que están cubiertas con algún acabado que deja sentir la
textura debida tanto a los elementos repetidos de la pared dejados a la vista,
como ladrillos o bloques, o cuando se los cubre con repellos rústicos. O cuando
se las encala en lugar de pintarlas con pinturas químicas lisas sobre estucos
lisos, en los que, al no presentar variedad alguna, cualquier mancha es fea;
por eso cuando por las razones que sea se hagan necesarios ese tipo de
terminados hay que ver cómo se les puede dar la belleza y variedad que no
tienen de entrada.
Los suelos de porcelanato, como en general todas las imitaciones
de los materiales naturales, a la larga nunca serán bellos y desde el inicio no
son variados. Como sí lo son los de gran variedad de piedras, ladrillos y
tablas de madera y sus muchas dimensiones y maneras de ponerlos, o los de
hormigón no liso. Y habría que agregar las esteras, alfombras y tapices, con
que se los recubre, y siempre considerando la luz que recibirán, el clima que
afrontarán y el tránsito que recibirán. Y desde luego los muebles que los
cubrirán en parte, lo que antes no importaba tanto pues los espacios solían ser
mas grandes y los muebles mas pequeños, pero ahora es lo contrario y ya poco
tienen que ver con la arquitectura.
Los ambientes son, arquitectónicamente, espacios determinados por
sus paredes, suelos y cielos similares total o parcialmente. Y varían según
todos ellos pero sólo serán bellos, además de sus proporciones y formas, según
sean armónicos o no sus diferentes terminados. Basta con imaginar el interior
de un cubo cuyas seis superficies sean exactamente iguales o, por lo contrario,
todas diferentes. Lo procedente es diferenciarlas, ya sea las paredes por un
lado y el cielo y el suelo por otro cada uno, pero sin perder nunca el que
estén bien relacionados, y adecuadamente. Y si lo están cuando lleguen los
muebles y después la gente, casi serán bellos y variados como la luz de una vela.
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