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Biofilia y hábitat. 14.03.2019


  Según investigaciones de Gordon H. Orians, de la Universidad de Washington, personas de diversas culturas tienen una respuesta común a lo que se puede llamar instinto de selección del hábitat: “situado sobre un terreno elevado que se abre a una amplia extensión de sabana tachonada de pequeños árboles y bosquecillos, con una elevación de superficie rocosa o de bosque denso en la parte de atrás que actúa como barrera; finalmente, cerca de un lago, un río u otra masa de agua. Su paisaje deseado se acerca mucho al ambiente africano en el que se originaron nuestros antepasados humanos y prehumanos.” (Edward O. Wilson, Los orígenes de la creatividad humana,  2018, p.135).
  Tal cual el panorama de tantos sitios en las laderas de las dos altas cordilleras que conforman el valle del río Cauca, especialmente en los instintivos emplazamientos de las casas de hacienda en el piedemonte de la Codillera Central, como la Casa de la sierra de la hacienda El Paraíso, o La Aurora o García arriba, cerca a Florida. Desde sus largos corredores frontales se abre “una amplia extensión [del amplio valle] tachonado (antes) de montes y guaduales, y con un [monte no tan denso) en la parte de atrás que [no] actúa como barrera [dejando ver la cordillera]; finalmente, cerca de […] un río [o una o más quebradas]”. Son lugares entrañables, paraísos en la tierra, que no olvidan los que los vivieron.
  Por otro lado, como ha escrito recientemente Leonardo Padura, “una acumulación de particularidades y originalidades, e incluso de dificultades y carencias, también consigue funcionar como un imán capaz de atraer al escritor hacia su geografía, su cultura, su circunstancia, que puede resultar altamente dramática y, en ocasiones, definitivamente agobiante. Y de paso, pero con no menor trascendencia, implica enfrentarlo al muy trascendente acto de ejercicio del albedrío que encierra la decisión de abandonar su territorio (a veces para siempre) o permanecer y escribir en él y sobre él….” por que no puede ni quiere otra cosa (Agua por todas partes, 2019, p.9).
  Es el caso de algunos arquitectos como Rogelio Salmona, Luis Barragán, Carlos Raúl Villanueva  u Oscar Niemeyer (a Ricardo Porro le tocó salir de Cuba) para los que “una acumulación de particularidades y originalidades, e incluso de dificultades y carencias, como un imán capaz de atraerlos hacia su geografía [su naturaleza y su historia} su cultura, su circunstancia. Y de paso, pero con no menor trascendencia, implica enfrentarlos [a la decisión de] abandonar su territorio o permanecer [y proyectar arquitectura para él, que fue por lo que optaron]”. Así como otros han optado al mismo tiempo por leer y escribir sobre su territorio, geografía e historia, y su arquitectura.
  Como concluye Edward O. Wilson al comenzar su libro: “Las dos grandes ramas del conocimiento, la ciencia y las humanidades, son complementarias en nuestra persecución de la creatividad. Comparten las mismas raíces de empeño innovador. El ámbito de la ciencia es todo lo que es posible en el universo; el ámbito de las humanidades es todo lo que es concebible para la mente humana” (p.11). Más ciencia, técnicas y arte, complementarios, es lo que se precisa para concebir, con un verdadero empeño innovador, una arquitectura posible y de verdad creativa, urgentemente necesaria para el hábitat actual de cada vez más personas: las ciudades.

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