Según investigaciones de
Gordon H. Orians, de la Universidad de Washington, personas de diversas
culturas tienen una respuesta común a lo que se puede llamar instinto de
selección del hábitat: “situado sobre un terreno elevado que se abre a una
amplia extensión de sabana tachonada de pequeños árboles y bosquecillos, con
una elevación de superficie rocosa o de bosque denso en la parte de atrás que
actúa como barrera; finalmente, cerca de un lago, un río u otra masa de agua.
Su paisaje deseado se acerca mucho al ambiente africano en el que se originaron
nuestros antepasados humanos y prehumanos.” (Edward O. Wilson, Los orígenes de
la creatividad humana, 2018, p.135).
Tal cual el panorama de
tantos sitios en las laderas de las dos altas cordilleras que conforman el
valle del río Cauca, especialmente en los instintivos emplazamientos de las
casas de hacienda en el piedemonte de la Codillera Central, como la Casa de la
sierra de la hacienda El Paraíso, o La Aurora o García arriba, cerca a Florida.
Desde sus largos corredores frontales se abre “una amplia extensión [del amplio
valle] tachonado (antes) de montes y guaduales, y con un [monte no tan denso)
en la parte de atrás que [no] actúa como barrera [dejando ver la cordillera];
finalmente, cerca de […] un río [o una o más quebradas]”. Son lugares
entrañables, paraísos en la tierra, que no olvidan los que los vivieron.
Por otro lado, como ha
escrito recientemente Leonardo Padura, “una acumulación de particularidades y
originalidades, e incluso de dificultades y carencias, también consigue
funcionar como un imán capaz de atraer al escritor hacia su geografía, su
cultura, su circunstancia, que puede resultar altamente dramática y, en
ocasiones, definitivamente agobiante. Y de paso, pero con no menor
trascendencia, implica enfrentarlo al muy trascendente acto de ejercicio del
albedrío que encierra la decisión de abandonar su territorio (a veces para
siempre) o permanecer y escribir en él y sobre él….” por que no puede ni quiere
otra cosa (Agua por todas partes, 2019, p.9).
Es el caso de algunos
arquitectos como Rogelio Salmona, Luis Barragán, Carlos Raúl Villanueva u Oscar Niemeyer (a Ricardo Porro le tocó
salir de Cuba) para los que “una acumulación de particularidades y originalidades,
e incluso de dificultades y carencias, como un imán capaz de atraerlos hacia su
geografía [su naturaleza y su historia} su cultura, su circunstancia. Y de
paso, pero con no menor trascendencia, implica enfrentarlos [a la decisión de]
abandonar su territorio o permanecer [y proyectar arquitectura para él, que fue
por lo que optaron]”. Así como otros han optado al mismo tiempo por leer y
escribir sobre su territorio, geografía e historia, y su arquitectura.
Como concluye Edward O.
Wilson al comenzar su libro: “Las dos grandes ramas del conocimiento, la
ciencia y las humanidades, son complementarias en nuestra persecución de la
creatividad. Comparten las mismas raíces de empeño innovador. El ámbito de la
ciencia es todo lo que es posible en el universo; el ámbito de las humanidades
es todo lo que es concebible para la mente humana” (p.11). Más ciencia,
técnicas y arte, complementarios, es lo que se precisa para concebir, con un
verdadero empeño innovador, una arquitectura posible y de verdad creativa,
urgentemente necesaria para el hábitat actual de cada vez más personas: las
ciudades.
Comentarios
Publicar un comentario