Desde sus inicios como artista Oscar Muñoz estuvo muy interesado
en dibujar el espacio habitado característico de las ciudades del sur occidente
del país de principios de la segunda mitad del siglo XX. Ya tan transformadas
—más por su insensata demolición que por hacerle espacio a las necesarias
nuevas construcciones— que lo único que queda de esos tiempos son los dibujos,
fotografías, películas, crónicas y novelas que nos permiten recordarlas. De ahí
la importancia de los pocos dibujos en su exposición, que paradójicamente se
hizo primero en Bogotá , en 2011, y apenas ahora en La Tertulia, que si
hubieran sido mas, en lugar de tantas Protografías que ya no impactan como la
primera vez, debería ser vista no apenas como una exposición de arte sino de
ciudad.
Muñoz muestra en sus dibujos a la vez el pasado y el presente de
una época crucial de Cali, cuando “la sucursal del cielo” de mediados del siglo
XX daba paso a punta de piqueta demoledora a la “capital deportiva de América”
de los VI Juegos Panamericanos de 1971,
con los que de nuevo se partió en dos su historia urbana. Ya había sucedido
antes cuando en 1910 la pequeña ciudad de entonces fue escogida finalmente como
la capital del nuevo Departamento del Valle del Cauca, ya con dos años de
existencia, y se levantaron sus nuevos edificios moderno historicistas. Como el
Palacio de San Francisco (la nueva gobernación), el Hotel Alférez Real o el
Cuartel del Batallón Pichincha, demolidos después sin ninguna necesidad de
hacerlo, aparte de la pulsión “de
cambiarle la cara” con la disculpa de su supuesto desarrollo o modernización.
Los dibujos de Muñoz,
como los de Ever Astudillo, y las fotografías de Fernell Franco, en las que se
basan muchos de aquellos, no solo muestran los
espacios populares de habitación de nuestras ciudades, con sus características
atmósferas que casi huelen y suenan. Por ser en
blanco y negro evidencian sobre todo la importancia de las luces,
sombras y penumbras en el proceso de transformación de espacios puramente
geométricos en ambientes vividos con emociones estéticas. Lo que viene siendo
el resultado último de la arquitectura y lo que la diferencia de la simple
construcción. De ahí que esta parte de la exposición sea sobre todo del interés
de los profesores y estudiantes de arquitectura, para aprender el manejo de la
luz en la proyectación de edificios, pues para aprender a hacerlo primero hay
que experimentarlo.
En la
arquitectura vernácula esta experiencia es un resultado mientras que en
la culta todo un propósito que hay que aprender. En la popular, la del interés
de Muñoz y Franco, es de cierta manera una combinación de temas propios,
supervivientes de anteriores tradiciones, pero sobre todo otros imitados de la
arquitectura culta o escuetamente profesional, consciente o inconscientemente,
en su mayoría foráneos y sin la debida adaptación a nuestras circunstancias de
clima, paisaje y tradiciones. El estudio de esta transculturación, una
constante en nuestra práctica arquitectónica y urbana, debería ser de interés
en nuestras escuelas de arquitectura pues es en esos espacios híbridos en los
que habita hoy la mayoría de los colombianos. Su historia, que solo podemos ver
en imágenes, es indispensable para entender un presente que no vemos; que no
queremos ver.
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